Recibo por primera vez a dos pacientes del hospital, cuyas presentaciones de su motivo de consulta parecen en principio similares. Ambos, un niño y una niña, son traídos por que tienen miedo. Me dispongo a escucharlos, y comienza a surgirme un interrogante: ¿Todos los miedos en la infancia son necesariamente una fobia? Interrogante que intentaré desplegar por medio del material clínico, en este trabajo.
En principio considero necesario establecer algunas diferencias. Creo que se podría definir por un lado la fobia en un sentido más general, como un asunto estructural y estructurante de la neurosis; por otro lado las fobias en un sentido más específico como una modalidad sintomática; y luego diferenciar otro estatuto del miedo en la infancia, como un modo de presentación del malestar subjetivo.
Ariel Pernicone y Mirtha Benitez, en su libro “Fobias en la infancia” refieren: “La fobia, tal como J. Lacan nos la presenta en su relectura ajustada a los textos freudianos, es inherente a la constitución subjetiva, es un pasaje ineludible para que advenga lo que Freud ha nombrado como neurosis infantil. Al precipitarse para el niño que habla el tan mencionado complejo de castración, la fobia irrumpe, pone en juego para el parletre, un momento crítico, una encrucijada en la estructuración de su subjetividad.” Luego dicen: “De la fobia a las fobias, es el pasaje de lo estructural en tanto encuentro con la castración a lo sintomático, al síntoma.” Entonces sostienen; “cuando la ficción del juego, el dibujo, los sueños, la escritura, las equivocaciones del lenguaje, no alcanzan como defensas de sí, ante la captura fantasmática que toma la forma del goce del Otro…allí el síntoma puede buscar anclarse en el valor significante que tiene el objeto fobígeno y que revela la función de artificio que es la fobia.”
Paso a relatar entonces un recorte del entramado que se fue tejiendo en el entre-dos de la transferencia, apostando al artificio de un sujeto-niño, a quién denominé no sin equívoco con la letra M.
Papi-fútbol
M con 9 años de edad, llega a la consulta por que tiene miedos. Su madre refiere que M le tiene miedo a los gatos, a la oscuridad, no quiere dormir solo, tiene pesadillas, y no se quiere quedar solo en la casa. La madre de M dice que hace 4 años ella está con dolores por una hernia de disco en la cervical. Dice estar medicada porque es nerviosa, está deprimida y angustiada por el dolor. Manifiesta que M siempre la vio en la cama, porque ella siempre estuvo enferma y dolorida, y al papá no lo ve mucho, solo a veces juega al fútbol con él. Cuenta que el papá de M trabaja de noche desde que M nació, y duerme de día. También dice de M que: “él no sale, solo va hasta la puerta, porque a mi me da miedo sino es con migo.” Entonces, esta sería más o menos la trama simbólica en la que el niño está inserto; luego está la lectura que el sujeto hace de ello.
En las primeras entrevistas con M, él afirma que quería venir a charlar con una psicóloga, porque tiene miedo. En principio me dice que le tiene miedo a los gatos. En el intento de dialectizar el miedo a los gatos, este se va transformando en miedo a los fantasmas, miedo a los espíritus, miedo a que haya una persona cuando se va a dormir, miedo a los muertos, miedo a estar solo. Le pregunto a M como duerme y dice: “Mi mamá tiene una camita al lado de su cama y yo duermo ahí”, “duermo bien, por que cuando viene mi mamá, se me pasa…” “Tengo miedo a que aparezca una persona muerta cuando estoy solo. Pero como todos ya saben que tengo miedo a estar solo, no me dejan solo.” Me cuenta que le gusta el fútbol, que es de Racing y al preguntarle si él juega al fútbol se pone a llorar. Muy angustiado me dice que no puede ir más a jugar al fútbol desde el año pasado, porque no lo pueden llevar. M logra ubicar que fue desde que dejo de ir a jugar al fútbol, que tiene miedo a estar solo.
Comienza entonces nuestro partido de fútbol, no sin varias interrupciones. Primero entrenamos en el consultorio, con un juego de mesa, “El Golazo”, y luego salimos a la cancha. Cada uno elije su equipo, y pateamos penales en el parque del hospital. Le digo que me ayude, que yo no sé mucho de fútbol, que es un juego de hombres. Vamos nombrando los jugadores de cada equipo que cada uno va encarnando. Me dice que algunos de los jugadores que él menciona ya son viejos y otros ya están muertos. Así transcurren varias sesiones. Me aclara en varias oportunidades que él juega de defensor, si bien a veces lo ubican en otras posiciones, “yo juego de defensor” dice él.
En el verano la familia tiene un accidente automovilístico, y a partir de allí, M comienza a relatar sueños. Sueños de choques, accidentes, robos, y el horror a ser devorado. Ante lo real que irrumpe, comienza a parecer un nuevo modo de tratamiento singular, por la vía del sueño. Dice: “el otro día mi perro estaba persiguiendo a un pichón que se había caído del nido, y no podía volar porque era un pichón, y mi perro lo quería morder, entonces yo lo cuidaba. A la noche soñé que mi perro se peleaba con un gato que se había caído.” Le pregunto quién pelea en su casa como perro y gato y me dice: “con mi mamá me peleo, porque no me deja hacer cosas.” Le digo que él ya no es más un pichón, que ya puede volar. En otra oportunidad vuelve a referir que tiene miedo a quedarse solo y dice: “no sé por qué, pero por eso no me dejan solo. Y soñé que me quedaba solo con mi mamá y que entraban a mi casa unos hombres que agarraban a chicos huérfanos.” Le pregunto entonces, si su miedo era a quedarse solo, o solo con su mamá; a lo que me responde: “también soñé que estaba poseído” Poseído? Por quién?, le pregunto. Retroactivamente, es posible leer en el discurso del paciente la paradoja de la fobia, que a la vez que funciona como un parapeto frente a la angustia ante el deseo del Otro, es la modalidad del sujeto de ponerse en relación a él.
Ya en tiempo de clases, M menciona con mucho entusiasmo que comenzó a ir a jugar al fútbol en una escuelita del barrio. Luego de un entretiempo, nos volvemos a encontrar con M. Me cuenta de sus partidos de fútbol, y que su padre lo acompaña a jugar. Dice: “Mi papá me dice donde tengo que pararme en la cancha, porque mi papá era defensor.” “Ahora, no estoy yendo más a música, porque no me gustaba.” “Mi papá me dice que tengo que hacer lo que yo quiero.” “Ahora no duermo más con mi mamá y no tengo más los miedos que tenía antes. Viajo solo en colectivo y tengo la llave de mi casa.” Me cuenta que lo ascendieron de categoría, que su papá le lleva facturas para que desayune antes de ir a jugar y lo va a ver a los partidos. Finalmente en lo que resultó ser la última sesión, me dice: “ahora también voy solo a jugar al futbol.”
Alicia Lowenstein en su libro “Controversias acerca de la fobia”, resultado de su tesis de doctorado, define la fobia en los siguientes términos: “Es fóbico el que no puede responder a la demanda del Otro más que con angustia, con la que recorta la realidad.” “Se trata entonces de que modifique su relación al Otro, Otro consistente. En sentido estructural puede haber miedos en alguien, incluso inhibiciones; alguien que evita algo, que tiene temor, pero todo esto no es suficiente para explicar la fobia. El diagnóstico es por la presencia del deseo prevenido. ¿Qué es el deseo prevenido? Anticipación del desarrollo de angustia.” Concluye diciendo que: “En el fóbico, la prevención surge cuando aparece la más mínima señal del deseo del Otro; frente a la percepción del deseo del Otro, el fóbico utiliza algo que le da miedo y esto le permite no angustiarse.” “Qué es la fobia sino la nominación de un miedo en lugar de lo innominable de la angustia? Nominación que hace lazo entre las cosas que no tienen relación.”
Entonces, es posible definir la fobia como un intento de solución, que restituye la falla del padre en lo real a través de una suplencia metafórica, siendo un modo del sujeto de instaurar una puntuación vía el significante, creando un miedo localizable, articulable, que le permite aunque más no sea fallidamente, delimitar el campo del Otro materno, otro primordial del niño, definir un lugar, y acotar un exceso. Por lo tanto, se podría diferenciar por un lado la función que tiene el miedo específicamente en la fobia, de otra función del miedo en otras modalidades de presentación subjetivas. Si pensamos al miedo como un afecto, al considerar lo que Lacan refiere en relación al afecto en la primera clase del Seminario X, podríamos decir que el miedo en tanto afecto está amarrado a algún significado, es decir, el afecto no es sin lo simbólico. En esa clase Lacan define lo que es el afecto, y dice: “el afecto tiene una estrecha relación de estructura con lo que es un sujeto, (…)” “lo que he dicho del afecto es que no está reprimido. Esto Freud lo dice igual que yo. Está desarrumado, va a la deriva. Lo encontramos desplazado, loco, invertido, metabolizado, pero no está reprimido. Lo que está reprimido son los significantes que lo amarran.”
A continuación relato entonces un recorte del entramado simbólico que se fue desplegando en transferencia con una paciente que nuevamente no sin equivocó denominé con la letra P. Trama simbólica que amarraba el miedo de la paciente, atribuyéndole valor de significado, siendo esté la puerta de entrada a su malestar subjetivo.
La enmascarada
P tiene 10 años cuando llega a la consulta. La madre refiere que desde primer grado, en la escuela dicen que P es muy insegura, siempre esta dudando de todo, es tímida, se cierra, no entiende y le da vergüenza preguntar, tiene mucho miedo. Dice que le tiene miedo a las máscaras y a la lluvia. Aclara que el papá de P no está de acuerdo en que P haga tratamiento psicológico.
En la primera entrevista con P, dice: “En la escuela dicen que soy insegura y yo tengo dos miedos que no me los puedo sacar de encima. Miedo a las máscaras y miedo a la lluvia.” “el miedo a la lluvia es porque estuvimos en un tornado en lobos, y el miedo a las máscaras no sé cuando fue el trauma, por ahí en el casamiento de mi mamá, cuando yo tenía 5 años, porque mi tío me asustaba todo el tiempo con una máscara de terror.”
Luego me cuenta que tiene una hermana y un hermano. “X que creo que tiene también 13 años, y E que tiene 13 años.” “No sé si mi mamá te contó que mi papá estuvo con otra mujer y después se enteró que ella le estaba ocultando algo.” “Mi papá le pasaba plata para que mantenga a su hijo, y ella tenía otro hijo en la cárcel y se la daba a él. Entonces ahí mi papá se enojo, se separaron, la conoció a mi mamá y nos tuvieron a mi hermana y a mí.” Me sorprendo, y me resulta un poco confuso el relato de la niña, por lo qué decido citar a su madre. Luego de algunos rodeos, me cuenta cómo es que conoció a su marido, y que cuando él se separa de su pareja anterior, “ahí tenemos…” dice, “yo quedo embarazada y ella también.” Manifiesta haber conversado de esto con sus hijas. Dice que ellas conocieron a su hermano, que su hija mayor lo entiende mejor pero lo extraña, y en cambio P no lo entiende mucho, pero no está tan pendiente de su hermano. Dentro de los primeros encuentros P me cuenta que ya había ido a una psicóloga en otra oportunidad, por su miedo a las máscaras: “un día le lleve una máscara a la psicóloga y me dijo que me la ponga, pero eso a mí no me da miedo. Y después deje de ir porque pensé que ya se me había ido el miedo, y no quería ir más.” También me dice que habían estado pensando con su mamá qué es lo que podían hacer para que se le vaya el miedo a las máscaras, “y mi mamá me dijo de hacer una máscara y después prenderla fuego y quemarla, pero yo pienso que eso no sirve, porque para mí fue un trauma de chiquita.”
Empezamos en las primeras entrevistas armando un rompecabeza, para luego pasar al relato de historias de películas. Jugamos al ahorcado, con películas y programas de TV, donde emergen títulos de ficciones con historias familiares disruptivas, como ser “Graduados”, “Me quieren volver loco” y “Los Simpson”.
A principio de año, luego del receso escolar, P está por comenzar nuevamente las clases, y pasa a nivel secundario. Dice que esto le da un poco de miedo: “Me da miedo no entender, no me gusta no entender, yo quiero entender todo. Ya me pasó que estuve como cuatro años sin entender múltiplos y divisores y recién lo entendí el año pasado.” Le pregunto cómo había hecho para arreglárselas sin entender múltiplos y divisores, y me dice: “Le preguntaba a mi papá.” Luego, trae un libro de Psicología de su padre, y me dice: “Mi papá nos dio sus libros, nos dijo que si queríamos saber algo ahí teníamos.” Abriendo y mostrándome el libro, me pregunta: “¿Cómo es que piensan las personas? Como la propaganda, viste? Cada persona es un mundo.”
En la mayoría de las sesiones, P entraba al consultorio, y ante mi pregunta de cómo estaba, me respondía, “bien, todo bien”. Me contaba sus excelentes notas del colegio, y luego agregaba, “creo que no tengo más nada que contarte.” Luego de un tiempo me dice: “Ahora ya estoy menos nerviosa, porque entiendo más, porque estoy más madura.” “Lo del miedo a la lluvia ya lo superé, me falta lo del miedo a las máscaras. Es un trauma de chiquita.” A la siguiente sesión dice: “Me hice señorita, y quiero que charlemos de lo del miedo a las máscaras”. Le propongo qué se le ocurre qué es una máscara, para que sirve, etc. intentando apuntar a la asociación significante. Me dice que una máscara es para divertirse, en una fiesta, y que lo divertido es que se ve una cara que no es la verdadera. Le pregunto si a ella le pasó alguna vez esto de ver una cara que no es la verdadera, que algo parecía ser de una manera y luego resulta que era de otra forma. Me dice que le sucedió algo así con una amiga, con quién se peleó. Le preguntó entonces que hace ella cuando se enoja o se pelea con alguien. Me dice que no hace nada, que no llora y que luego de dos o tres días trata de resolverlo hablando. Dice “Nadie se da cuenta cuando me enojo, y a veces cuando me enojo no me salen las palabras.” “Cuando me peleo con mi papá o con mi hermana por ejemplo.” Le pregunto entonces si podía ser que ahí ella se ponía una máscara, y mostraba una cara que no era la verdadera; si es que hacía que estaba todo bien, pero en verdad ella estaba enojada, como cuando viene acá que muchas veces me dice que está todo bien, y por ahí no está todo bien, y no le salen las palabras. Continua diciendo: “no es que me escondo, es que no puedo pensar en lo quiero decir.” Le propongo que diga lo que piensa, en vez de pensar lo que quiere decir. Dice en relación a su papá: “Es que con mi papá por ejemplo, cuando me molesta algo yo le digo, pero no me escucha, porque soy chica y piensa que no tengo razón, y se toma todo en chiste, entonces me enojo y dejo todo ahí.” Luego de esta sesión, la madre me pide tener una entrevista, y P me dice: “le podes decir a mi mamá que mi papá no me escucha, que no me salen las palabras, y que todavía no superé el miedo a las máscaras.”
Retroactivamente, es posible leer en el discurso de la paciente el estatuto que tenía su miedo, donde algo de la verdad del sujeto estaba ubicado allí; poniéndose en relación su enmascarada con la enmascarada familiar, por la línea paterna.
Finalmente, para ir concluyendo quisiera hacer referencia a una cita de Freud en el caso Juanito. Dice: “No haremos nuestros ni la comprensible preocupación del padre ni sus primeros intentos de explicación, sino que examinaremos, para empezar, el material comunicado. Es que nuestra tarea no consiste en comprender enseguida un caso clínico; sólo habremos de conseguirlo tras haber recibido bastantes impresiones de él. Provisionalmente dejaremos nuestro juicio en suspenso, y prestaremos atención pareja a todo lo que hay para observar.” Entonces, en este caso, el material comunicado sería lo que el padre de Juanito le escribe a Freud, y es eso lo que Freud examina, como siendo el texto del paciente.
Así mismo, algo que fui aprehendiendo en el lugar que me hicieron muy amablemente en este equipo de trabajo en el hospital, es que en cualquier caso es el material comunicado, es decir el texto del paciente, a lo que nosotros debemos atenernos. En el caso del paciente-niño, es su texto el que debemos examinar, en sus dichos, en su juego, en su dibujo, o en sus sueños también; leyendo allí la singularidad de su discurso, sin prisa pero sin pausa, dejando en suspenso nuestro juicio y nuestro afán de comprensión, sin hacer nuestro el discurso de los padres o de otros que dicen del niño, en su preocupación o sus intentos de explicación en relación a lo que al niño le sucede. Se tratará en todo caso de otorgarle la posibilidad del decir al propio niño, apostando a que advenga allí un sujeto deseante y así pueda continuar anudando su neurosis infantil, en el caso que así lo sea, haciendo y rehaciendo en el entre-dos de la transferencia, un artificio propio y singular, en la medida de su saber hacer con lo real de la estructura, que es la castración.
BIBLIOGRAFIA
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