DUELO Y NIÑEZ


Lic. Ana Riva

A continuación tomaré como referencia el caso de una niña de siete años que realizó tratamiento en el Hospital Público con el fin de establecer una articulación teórico-clínica entre duelo y niñez. ¿Cuál es la especificidad del duelo en la niñez?, ¿cuáles son las condiciones que posibilitan que un duelo pueda ser llevado a cabo en la  infancia? son los interrogantes que intentaré desplegar a lo largo de este escrito.


Una madre consulta por su hija, Sol, ya que según refiere: “no quiere hacer la tarea, bajo su rendimiento,” “no quiere hacer nada.”, “no se quiere bañar sola”, “ya no juega, no canta”. Ubica dichas conductas luego de unos meses posteriores a la muerte del padre de la niña. Muerte que le ha sido comunicada más tarde dándole una versión diferente a la real.

 Desde ese suceso Sol le miente a la madre, tiene miedo que su hermana se ahogue y presenta episodios de fiebre y vómitos cuando la abuela se va de viaje. 

En el transcurrir de las primeras entrevistas la niña comienza a desplegar en análisis lo que le sucede: juega a mentir y dice “la verdad todavía no se puede saber”; dibuja y luego “tacha”; cambia las reglas de los juegos cuando está por perder; se encuentra atenta a los sonidos que emite su hermana y busca alguna excusa para salir del consultorio y encontrarse con ella y su madre en la sala de espera. Repeticiones que insisten y marcan la línea sobre la cual intervenir. Serán las propias asociaciones del niño no solo en el plano verbal sino en el grafismo y el juego  las que guiarán nuestras intervenciones.

Al intervenir sobre estas repeticiones una variación se empieza a producir: comienza a armar escenas en las cuales un muñeco muere. Paralelamente empieza a hablar sobre el miedo a que la hermana se ahogue. Ahogo que ella relacionaba con la muerte del padre.

En varias sesiones juega a “operarme” sin darme ninguna explicación respecto de la operación. Me “anestesia” y refiere que no se puede preguntar. Juego que se repite una y otra vez. No obstante continúe preguntando en el intento de  introducir  la posibilidad de que un interrogante pueda ser desplegado, es decir, de que la niña pueda desplegar sus preguntas y que el duelo pueda seguir su curso. A partir de estas “operaciones” comienza a manifestar y hablar en análisis sobre su enojo frente a las mentiras de la madre.

Considero que precisamente la intervención del analista es posible de ser ubicada en aquellos momentos donde el juego se detiene. Detención que podríamos pensar que denuncia, en este caso en particular, la detención del proceso normal del duelo. En tal sentido me atrevería a hipotetizar que el duelo de la niña se encontraba obstruido por la dificultad de la madre frente a la pérdida: “no tengo tiempo para llorar”, “los chicos no me pueden ver mal”. Ante las preguntas de la niña por la muerte del padre, la madre no las soportaba: se iba del espacio físico o le explicitaba que de grande le contaría.

“Este fenómeno no sería en sí algo problemático ya que forma parte del primer movimiento normal de todo duelo: la renegación (verleugnung) de la pérdida. El riesgo estriba en una patologización de ese mecanismo sostenido por la posición parental coincidente con la renegatoria del chico mismo” [1] 


En función de lo expuesto podríamos conjeturar que en la infancia es necesario que haya un adulto que se anoticie de la pérdida para que el duelo pueda seguir su proceso normal. Ello en cuanto que al tener el niño una capacidad simbólica más acotada que la de un adulto requiere de un Otro que le oferte recursos simbólicos que le permitan procesar las situaciones que lo exceden en su posibilidad psíquica. Un Otro que le posibilite transformar la pérdida en duelo, es decir, que le permita nombrar la falta, aceptar que algo se ha perdido y no renegar de ello.

Citando a Gabriel Donzino “(…) no hay duelo sin la pérdida de un objeto. Pero la inversa no es necesariamente así: no ante toda pérdida vamos a encontrarnos con un duelo.”[2]

En muchos casos observamos que las respuestas de los padres ante dichos sucesos son de versiones falsas o silencios. Si el niño se encuentra con un adulto que no puede soportar el desvalimiento, no tiene con quien desplegar lo que le sucede, no puede preguntar ya que percibe que sus preguntas angustian al otro. Así es posible que calle y reniegue la falta. Situaciones que percibe y siente en lo real del cuerpo. “Como señala Aberastury, creen que el recuerdo y la palabra sobre el dolor causa más dolor, desconociendo que la falta de palabra a un dolor es lo que más duele”[3]

Podríamos decir, entonces, que si ante una muerte hay uno Otro que puede llorar la pérdida le dan la posibilidad al niño de que también pueda duelar, de que pueda desplegar su pena, su bronca, su ira o sus preguntas.

En el caso que aquí nos convoca podríamos pensar que la niña queda tomada en el duelo no tramitado por parte del adulto y opera como tapón de aquello que en la madre es vivido como descalabro. Así responde con su cuerpo, con episodios de fiebre y vómitos.

Construcción de una ficción

En el transcurrir de los meses la niña continúo amando diversas escenas que consistían en la muerte de un muñeco y su posterior funeral. Juegos con diferentes  “ritos” que podríamos pensar que posibilitan, de a poco, simbolizar el agujero en lo real.

Así empezó a ficcionar en el juego las causas posibles de muerte. En un primer momento todo era una posible causa de muerte. Cuando la madre o la abuela se iban de la casa la paciente lloraba, gritaba y presentaba dolores en el cuerpo, fiebres y vómitos. Al momento del corte de sesión quería proseguir jugando y me pedía que duerma en el hospital para asegurarse de que en la próxima sesión me iba a encontrar. Razón por la cual se fueron circunscribiendo, a través del juego,  las causas de muerte y se estableció una diferencia entre irse de un espacio físico y morir. En esta misma línea se apuntó con diversas intervenciones, como por ejemplo armar una carpeta de dibujos, a que todo corte no solo implica una perdida, es decir, que el padre había muerto pero que también algo le había transmitido.  

Todo duelo es un trabajo doloroso, un proceso simbólico que implica el desasimiento de la libido del objeto pieza por pieza empleando un alto gasto de investidura, tiempo y energía. Tiempo que es propio y que es necesario habitar.

En esta parte del tratamiento podríamos ubicar el segundo tiempo del duelo en el cual se acepta la idea de desaparición pero aun hay fantasías de reencuentro con el objeto perdido o de morir con él. 

La paciente continúo jugando a operar. En una sesión refiere que yo seré Sol. Al tomar los episodios de fiebre y vómitos que la paciente había tenido la semana anterior, me dice que voy a morir. Ante mi pregunta de cómo era posible morirse solo por fiebre y vómitos, responde “tenés obsesión por faringitis”, “cuando extrañas mucho a alguien porque se murió” y agrega que “una amiga se quiere morir porque se le murió el padre”. Tomando como referencia a Freud el analista tiene que estar advertido del riesgo de identificación con el objeto y apuntar a que el paciente pueda separarse de ese ser querido. En esa misma sesión Sol pide cambiar de roles. Ella es la paciente, refiere tener “laringitis”, “le duele todo el cuerpo”, “tiene la sensación de estar muerta y quiere saber si es verdad”. Ante ello señalo que no se va morir, que tiene la sensación e introduzco la posibilidad de que por extrañar uno se puede curar.

De a poco la paciente empieza llorar en la casa al padre, a recordar y a reencontrarse con objetos que le habían pertenecido. Recuerdos y objetos que van produciendo una recomposición significante con respecto a lo perdido. De este modo la niña comienza a traer a la sesión que en la escuela se distrae ya que piensa en el padre, piensa que este le dice lo que tiene que hacer. Distracción que podría ser considerada como un acto de desinvestimiento en tanto la paciente no tiene la disponibilidad psíquica para aprender ya que la energía se encuentra en el trabajo de duelo. Conforme a  Freud la cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar y la inhibición de toda productividad se encuentran en relación con el trabajo de duelo que absorven al yo. 

Se intentará en el análisis de poder tramitar que se ha perdido con esa perdida, de poder pensar qué lugar ocupaba ese objeto para uno y qué lugar ocupaba uno para ese objeto. Según Lacan “Sólo estamos de duelo por alguien de quien podemos decirnos Yo era su falta"[4] , es decir, para quien hemos ocupado el lugar de objeto causa de deseo. En tal sentido uno no realiza un duelo por cualquier persona. En palabras de Claudia Foks, “Cuando alguien muere perdemos fundamentalmente el armazón imaginario que nos permitía amarlo cuando estaba con vida. El dolor del duelo proviene del hecho de reencontrar la representación del objeto amado y perdido, sin el sostén imaginario que significaba el otro cuando estaba en  vida.

¿Cuál es el sostén imaginario? Es mi propia imagen devuelta por el otro vivo y amado  


Hacemos el duelo por alguien que haya contado para nosotros como sostén imaginario y a su vez que hayamos ocupado para él el lugar de objeto de su deseo.”[5]


Luego de unos meses de tratamiento se empieza a trabajar con la paciente qué extraña del padre. Recuerda su modo de planchar, los momentos de juego y las tareas que realizaba con él.

En una sesión trae una carta que le escribe en la cual su nombre aparece seguido de signos de interrogación. Frente a mi pregunta respecto de esos signos, la paciente juega a que una carta se cae y todas se caen. Luego al jugar a juegos reglados se pierde, dice no entender. En este punto podríamos pensar que frente a lo real de la muerte, aquello que no tiene inscripción, el orden simbólico se desordena y la paciente queda pérdida. Conforme a Lacan en el trabajo del duelo se intentará recubrir la falta movilizando el conjunto de significantes para producir el reordenamiento de lo simbólico. Movimiento que podríamos pensar que opera como desanudamiento de los lazos libidinales, pero también como intento de ligadura.

En esa misma sesión y frente al señalamiento de que si bien ahora se encontraba perdida eso no implicaba que de a poco no pueda ir ubicándose, la paciente pide ordenar sus dibujos. Dibujos a los cuales les pone fecha y recuerda el proceso realizado. Al terminar la sesión le muestra a su madre que ese era un cuento que ella hizo acá. Cuento que podríamos pensar que permite historizar en lo simbólico lo que aconteció en lo real. Construcción de una ficción que le posibilita de a poco comenzar a disponer de la libido para investir otros objetos. En tal sentido en el transcurso del tratamiento la paciente empieza a catectizar nuevamente el aprendizaje, tiene ganas de hacer programas con sus compañeros y festejar su bautismo, vuelve a cantar y jugar sola en la casa y ya no tiene miedo a que la hermana se ahogue.

 A modo de conclusión podríamos hipotetizar que en la infancia el Otro es insoslayable para que el duelo pueda ser llevado a cabo, su posicionamiento puede facilitar u obstaculizar ese proceso. En el análisis se trataría, entonces, de generar un espacio que propicie el encuentro con un Otro que soporte la pérdida y que funcione de soporte para que el niño pueda desplegar lo que le sucede. Soporte que permita repetir en el juego aquello traumático para recrear, es decir, para producir ligazones que transformen esa repetición en historia y le posibiliten perder en lo simbólico aquello que perdió en lo real.  

Bibliografía
                 
  • Bauab de Dreizzen, A. Los tiempos del duelo. Buenos Aires: Ed. Homo Sapiens, 2001.
  • Donzino, G. Duelos en la Infancia. Características, Estructura y Condiciones de posibilidad. Revista de psicoanálisis con niños.  Buenos Aires: Universidad de Ciencias Sociales y Empresariales (U.C.E.S.), 2003.
  • Freud, S. Duelo y melancolía en: Obras Completas, Vol. XIV, Amorrotu, B. Aires, 9ª Edición, 1996.
  •  Focks, C.  “Duelo en niños” (En línea).    TRAZO.<http://www.trazopsicoanalisis.com.ar/produccion3.html> (Consulta: 22 de noviembre de 2011)
  • Lacan, J.: Seminario 10: La angustia. 1ª ed 5ªreimp .Buenos Aires: Paidós, 2009.
  • Ramos, P. (comp.) Los Duelos. Aspectos estructurales y clínicos. Buenos Aires: Ed. iRojo, 2003.






[1] Donzino, G. Duelos en la Infancia. Características, Estructura y Condiciones de posibilidad. Revista de psicoanálisis con niños.  Buenos Aires: Universidad de Ciencias Sociales y Empresariales (U.C.E.S.), 2003. Pág. 49
[2]. Ibid, pág. 40
[3]. Ibid, pág. 50
[4] Lacan, J.: Seminario 10: La angustia. 1ª ed 5ªreimp .Buenos Aires: Paidós, 2009. pág. 155.
[5] Focks, C.  “Duelo en niños” (En línea).    TRAZO.<http://www.trazopsicoanalisis.com.ar/produccion3.html> (Consulta: 22 de noviembre de 2011)