Lic. Mariana Martínez
Liss.
“El beneficio principal que se puede extraer de una
reunión como esta es el de instruirse, en resumen, es el de darse cuenta de que
no sólo hay el modito de cada uno de revolver la ensalada” Lacan, Jornadas de
la Escuela, 1977.
“Tal a pensarlo
ahora el psicoanálisis es intransmisible. Esto es bien fastidioso. Es
fastidioso que cada psicoanalista sea forzado –ya que hace falta que sea
forzado- a reinventar el psicoanálisis”. Lacan, Discurso de clausura de las
Jornadas de la Escuela, 1978.
El analista reinventará el psicoanálisis, en su práctica
clínica, cada vez, con cada paciente, en cada encuentro y en función de los
efectos de dicho encuentro, con su estilo y con el texto del paciente. Podrá
también transmitir, contar, decir algo de su práctica en una situación como
ésta, en una jornada, por medio de su escrito y su palabra. Como dice Ulloa
:
“ la clínica psicoanalítica es un oficio en soledad. Una soledad que impulsa al
encuentro Inter-pares. Siendo el psicoanálisis una práctica en soledad, los
analistas se convocan al encuentro”.
El trabajo que realizamos en los hospitales es uno de los
modos en los que convocamos al encuentro. Encuentro con los pacientes,
encuentro entre analistas, encuentro con diversos profesionales del área de la
salud. El trabajo con otros es unos de los rasgos que recorto en los trabajos
hoy escuchados. Por ejemplo, el de Guido Beltrami que se ve causado a compartir
con otros los efectos de una decisión que implicó la interrupción de su
práctica en el hospital y el de Ana Riva que ubica el recurso de la supervisión
como modo de resituar la posición transferencial. El equipo y sus dispositivos
como soporte del trabajo.
El psicoanálisis sería intransmisible por la vía de la enseñanza
como saber único, dogmático, universal. La posibilidad de transmisión tendrá
que ver, entonces, con una posición
respecto de la castración.
El deseo del analista
implica la transmisión de una imposibilidad.
Por eso se trata de una clínica que no se enseña, se
transmite. Es la transferencia, lo que permite la transmisión del real
particular del que se ocupa el psicoanálisis: vacío en torno al cual el saber
se organiza, saber en tanto reinvención, cada uno, cada vez, se trata de
lecturas posibles.
Así, la posibilidad de transmisión se sostiene en soportar
la singularidad del caso que implica, como decía Freud en “Consejos al médico”, dejarse
sorprender por los virajes de un tratamiento, abordándolo cada vez con
ingenuidad y sin premisas. Se tratará de dejarse tomar sin imponer lecturas
apresuradas, de escuchar el texto del paciente.
Vivimos tiempos
signados por un imperativo de inmediatez que exige diagnósticos que dejan a los
niños en el anonimato, deviniendo “un add”, “un tgd”, “un tea”, letras que no
dicen nada del padecimiento de un niño en particular. Es preocupante el avance
del diagnóstico sobre la subjetividad, el apuro por la medicación sobre el
tiempo del lazo, la necesidad de obtener diagnósticos precoces para optimizar
las terapéuticas y tranquilizar a padres, familiares, médicos, psicólogos,
educadores. Es alarmante la cantidad de consultas por niños cada vez más pequeños con diagnósticos de
manual que, no solo desconocen la subjetividad, sino también parecen desconocer
la maduración psíquica y biológica del niño. Ante esta situación, nuestro deber
ético, es apostar al sujeto, a la singularidad de cada niño, a su historia y a
la construcción de la misma.
Nosotros apostamos al tiempo subjetivo. Apostamos al
jugar. Es este rasgo, la apuesta, la que se puede recortar, también, en los
trabajos hoy escuchados. La
apuesta
es al juego en la dinámica de la transferencia, esto es, que la apuesta es al
niño. Claramente se lee esta apuesta en el trabajo de Soledad Tammaro donde se
pregunta cómo leer juego en lo que se ofrece como signo y en el de Natalia Loza
y Ianina Ferrante donde plantean el juego como discurso.
Como dice Jorge Fukelman no se trata de que el niño
preeexiste al juego sino más bien, que es el juego el que construye la niñez.
“El juego es el espejo en el que un sujeto es visto como niño”. Es por esto,
que en la clínica con niños jugamos como modo de resituar la infancia. Jugamos
porque estamos advertidos que el juego es “la vía regia de acceso al
inconsciente”. Frente a la abolición del niño en determinados discursos
médico-psicológicos-educativos que pretenden velar por el bienestar de los
chicos apuntando a la adaptación, si hay algo que orienta nuestra práctica, es la
apuesta al tiempo y al lugar que caracterizan al jugar. Apuesta al sujeto que dice de la posición del
analista. En la clínica el juego es el modo a través de cual un
niño da cuenta de su padecimiento y en el cual el analista interviene. La
intervención es en el juego mismo en el caso que haya escena, de lo contrario
se apuntará al armado de una escena propiciando el jugar.
Cuando recibimos a un niño que en un comienzo no puede
jugar y asistimos luego de un tiempo de trabajo al acceso al juego vemos cómo
allí mismo se produce el jugar como un montaje que implica un tiempo, un lugar
y funciones que se encarnan, permitiendo, de este modo, la transmisión de un
deseo no anónimo.
En el Seminario
25, Lacan plantea que hay escritura en el inconsciente y ubica al analista como
“supuesto-saber-leer-de-otro-modo”.
El analista lee de otro modo, el analista interviene
estando advertido de lo imposible para hacer de eso causa. Lee de otro modo,
apuesta al sujeto y a la constitución del cuerpo equivocando con su acto las
primeras marcas y apuntando a armar la
escena de juego en transferencia. No es
sin el cuerpo desde dónde lee el analista. Es en calidad de objeto, como dice
Freud, ofreciéndose como causa de deseo en un lazo de a dos, como plantea
Lacan, haciéndose agente del jugar como plantea Winnicott, que el analista
leerá de otro modo las trazas ofreciendo un nuevo tiempo para el jugar. El
analista no diagnostica la infancia ya que la infancia implica tiempos lógicos
instituyentes de la subjetividad y del cuerpo. Tiempos que conllevan
operaciones que se encarnan. El analista, advertido de la diacronía de la
estructura, espera activamente, juega.
Otro rasgo destacable en las presentaciones, es el
trabajo con el obstáculo. Una apuesta a escuchar al niño, sorteando los
obstáculos propios de esta práctica. Sortear dificultades no es excluirlas sino
trabajar con ellas. Natalia Martínez Liss y Amanda Calderón plantean el
narcisismo como obstáculo y Daniela Mundo y Mabel Faigenbaum ubican el diagnóstico
como obstáculo, ambos sorteados en la apuesta al niño como sujeto a ser
escuchado más allá de cómo es nombrado por el Otro.
Es poniendo en acto el deseo del analista como función, estableciendo la escucha analítica como dispositivo
del cual disponemos, que apostamos a no
perdernos en demandas que excluyen a la infancia porque es molesta, disruptiva e incomoda.
Para concluír, una evocación al fragmento de
un libro que me gustó mucho y que se llama “La elegancia del erizo” de Muriel
Barbery, por las resonancias que encuentro con los trabajos presentados y con
el nombre que llevan están jornadas.
El libro trata de encuentros
en la vida que pueden cambiar la historia de las personas, esa es mi lectura.
Renee es la portera de un
edificio que hace lo posible por pasar inadvertida. Recorto el relato de un
episodio fundamental, fundante, diría yo, en la historia de Renee. En su primer
día de clase, el encuentro con una maestra que es quien le enseñará a leer.
“En mi casa apenas se
hablaba…La revelación tuvo lugar cuando, a la edad de 5 años, en mi primer día
de colegio, tuve la sorpresa y el susto de oír una voz que se dirigía a mí
pronunciando mi nombre.
-¿Renee?- preguntaba la voz,
mientras yo sentía posarse sobre la mía una mano amiga…Levanté la cabeza, en un
movimiento insólito que casi me dio vértigo, y mis ojos se cruzaron con una mirada.
Renee. Se trataba de mí. Por
primera vez, alguien se dirigía a mí por mi nombre…Entonces, con mis enormes
ojos clavados en los suyos, me aferré a la mujer que acababa de traerme a la
vida…
Se cree erróneamente que el
despertar de la consciencia coincide con el momento del primer nacimiento…Que,
durante 5 años, una niña llamada Renee, mecanismo operativo dotado de vista,
olfato, gusto y tacto, hubiera podido vivir en una perfecta inconsciencia de sí
misma y del universo desmiente tan apresurada teoría. Pues para que se de la
consciencia, es necesario un nombre”. Hasta aquí el recorte.
La conmoción- sorpresa,
susto, vértigo- dicen del efecto de la palabra encarnada por Otro sobre el
cuerpo de esta niña. Articulación de palabra y cuerpo en el acto de nombrar.
Como marca indeleble de ese encuentro inaugural para esta niña quedará su
avidez, su pasión por la lectura, que es lo que la salva y lo que enmarca
posteriores encuentros fundamentales en su vida.
La palabra cobra dimensión
de palabra en tanto es recibida, en el efecto de un decir sobre el cuerpo,
producto de un encuentro. Articulación de palabra y cuerpo en tanto
confrontación de cuerpos. De eso se trata la transferencia que se pone en juego
por la vía del deseo del analista como soporte.
Vemos en los trabajos los
efectos de los diferentes modos de nombrar. Hay modos de nombrar que coagulan
sentidos y cuerpos, podríamos pensar que son modos de designar, de encasillar,
nada dicen de la subjetividad, de la singularidad de un niño y modos de nombrar
que rescatan la subjetividad, que rescatan a un niño de los márgenes, que
sortean las dificultades, los obstáculos.