Lic. L. Capacete - Op. A. Gallini - Lic. M. Gochicoa - Dra. Laura Piedemonti - Lic. A Tressa - Op. C. Masa Olmo - Lic. N. Doukler.
*Trabajo presentado en la 2º Jornada del Equipo de
Niños del Hospital Álvarez: “La Infancia en los Márgenes” (2013).
Este
trabajo da cuenta de la tarea que realizamos los profesionales de varias
disciplinas que conformamos el Grupo Olmo. Interesados
en pensar la problemática de niños y adolescentes, entre 11 y 18 años de edad,
que presentan conductas sexuales violentas. Encontramos obstáculos relacionados
con prejuicios sociales, científicos y personales que estigmatizan con
diagnósticos de incurabilidad a estos niños y jóvenes. Para el
psicoanálisis no es a partir de un acto
o un síntoma que se puede realizar un diagnóstico de estructura. Consideramos
que el sujeto es efecto del lenguaje, la cultura y de inconsciente por lo tanto las conductas de violencia sexual
serán pensadas como emergentes del malestar en la cultura actual y la
singularidad subjetiva de ese joven. Joven que aún está en plena etapa de
construcción de su aparato psíquico por lo que no es posible un diagnóstico de
estructura y por lo que toda intervención sobre él será determinante para
impedir o favorecer el proceso de subjetivación. Es profusa la bibliografía que
señala que en este tiempo vital se reeditan y resignifican, en una segunda
oleada –por cierto tormentosa-, los
vínculos edípicos, la identidad sexual, y donde en tanto se ha dejado la
latencia, la pulsión compulsa hacia conductas impulsivas con dificultades en la
mediatización. Puede haber trastornos, y
actings o pasajes al acto, que son expresiones de un sujeto muy angustiado, que
no encuentra otro modo de decir. Se trata entonces de acompañar un cambio en la
posición subjetiva.
Dicha
noción ya fue desarrollada por nuestros antecesores, como Winnicott, Aichhorn,
Friedlander. Estos coincidían en
plantear que la delincuencia juvenil no constituía una enfermedad, ni
determinaba necesariamente la delincuencia en el adulto. En cuanto a los ofensores sexuales adolescentes, C.Balier
plantea que, por un lado no puede atribuirse valor de pronóstico a una anomalía sexual en esta
etapa, pero por otro los adultos que presentaban esta problemática, ya en la
infancia presentaban conductas de agresión sexual. Por lo tanto es necesario intervenir,
en función de sostener a un sujeto, para que encuentre un modo de decir que no
sea el acto de desmesura.
Dada su doble condición de delito y de
padecimiento subjetivo convocan la participación de profesionales y agentes del
ámbito judicial y del ámbito de la salud. Es
entonces que la intervención de la Ley puede ejercer una función clínica como plantea
P. Legendre. (Legendre, 2008) A través de
los procedimientos del Derecho se da una primera escritura a lo traumático, se
pone palabras al horror. Sancionando el acto como delito reconoce en el actor a
un sujeto de derecho al que le cabe una pena o sea separa al sujeto de su acto.
Sanción que puede advenir en una inscripción de ley simbólica, pacificante, en
la subjetividad de ese niño o joven de poder hacerse responsable de su acto
interrogándolo. A través de otorgarle
significación y sentido al mismo, ligado a su historia y su padecimiento.
Acotando a través de ese trabajo un goce que lo “destina”, favoreciendo la
metabolización y metaforización de lo insoportable que impulsa al acto
violento. Al interior de cada caso que hemos estudiado puede leerse, que un
sistema perverso operó, ya sea familiar, micro o macrosocial, en tanto
encontramos en la historia subjetiva de estos jóvenes haber sido colocados en un
lugar de objetos. (Capacete, 2013)
Atravesado por la violencia como modo de lazo, incestualidad o relaciones
incestuosas propiamente dichas,
borramiento de la diferencia generacional, lo que se trasmite es el
desborde, quedan a solas con su pulsión lo que tiene efectos devastadores en la
subjetividad.
Escuchemos a Mario:
Se encuentra procesado y cumpliendo condena por haber cometido un delito contra
la integridad sexual de un menor en el ámbito intrafamiliar. El joven dice
venir a porque “lo mandan”. Habla y viste
con formalidad adulta. Presenta una disociación muy grande y una actitud
moralista renegatoria del acto que lo trae. Debió mudarse a otra zona y cambiar
de colegio, como medida de prevención para proteger su integridad. Dice al
respecto: “no fue fácil, fue un proceso…me tuve que adaptar” Lo invito a decir
lo silenciado y agrega “brusco, raro” Señalo estos significantes como manera
desplazada de nombrar lo impulsivo, inesperado, extraño para él de su acto,
aunque esto no esté ligado aún para él. Va puntuando su miedo a crecer y
sentimientos de soledad, lo que a él le pasó con lo vivido. Al finalizar esa
entrevista me ofrece su número de celular. Esto marca un momento diferente al
del inicio de las entrevistas en que se presentó como “mandado, enviado”
Formula una demanda propia a partir de puntuar su soledad y su miedo a crecer.
Y de conducir a la pregunta por lo que le pasó a él con lo que fue
viviendo. Una sesión no puede venir y
formula “¿me podrá hacer un lugar otro día?” Demanda un lugar para él. Presenta
mucha dificultad para hablar del dolor propio y ajeno. Y para integrar los
sucesos a partir de una elaboración que vaya metaforizando lo traumático.
La familia: No hay mención ni sanción
al acto que el hijo cometió ni el efecto que les produjo. Enuncio que algo muy
grave ocurrió y los implico en tanto esto sucede en esta familia. En la siguiente
entrevista relatan la violencia y adicciones de los abuelos, del padre y de uno
de los hijos. Mario, cuenta una pesadilla “iba por el río, el bote se inunda y
me estaba por ahogar”. Va contorneando la posición como compañero de su madre
que ocupa en la familia alrededor de este significante. Lo nombro como lo que
lo inunda de la sexualidad. A partir de un sueño con un personaje caricaturesco
que se lo quiere llevar, pone al trabajo su fobia a los hombres disfrazados y
la oscuridad. La neurosis infantil comienza a ser tema de nuestros encuentros.
Va construyendo la historia de la violencia del padre. Algo
abusivo se presentifica en esta escena en la que los más débiles deben soportar
el desborde paterno, la angustia lo inunda. ¿Podría pensarse el abuso al más
débil como identificación al padre imaginario? Lo
mortífero insiste y retorna, compulsión de repetición y superyó mediante, de
generación en generación. Hasta aquí esta viñeta.
Una
clínica entonces posible, si hay un analizante devenido analista que pueda
sostener la función deseo del analista y la transferencia en casos marcados por
las impulsiones, los pasajes al acto, el exceso de angustia en los actores del
delito y sus familias. I. Vegh(2001) “Podemos preguntarnos qué es lo que hace
que nosotros tengamos el deseo de ser analistas, ahí sí está en juego nuestro
fantasma y habrá que ver como se anuda, pero la función deseo del analista es
una eficacia que tiene por condición el análisis del analista, sino no va a
darse, pero que emerge en la situación analítica, no es exterior, a ella. Yo
distinguiría entre el fantasma que articula el deseo de ser analista, que cada
uno tendrá que revisar en qué marcas se sostiene y cómo se enhebran, incluso
como se enlaza a la función deseo del analista, de qué modo se anuda
propiciatoriamente y de qué modo en cada uno, tiende inevitablemente a
derrapar, del deseo del analista, el cual para no volver a una ontología, lo ubicamos como eficacia que emerge en la
escena analítica, cuando alguien se ofrece dis-ponible (Vegh, 2011)
Balier, C. (2000). Psicoanálisis de los
comportamientos sexuales violentos. España: Amorrortu.
Capacete, L. (22 de Agosto de 2013). El
Sigma.com. Recuperado el 30 de Agosto de 2013
Legendre, P. (2008). La fábrica del hombre
occidental. Buenos Aires : Amorrortu.
Vegh, I. (8 de 2011). http://pablobenavides1.blogspot.com.ar/2011/08/el-deseo-del-analista-isidoro-vegh.html.
Recuperado el 30 de agosto de 2013.