LAS VICISITUDES DE LA PULSIÓN Y LA APUESTA ANALÍTICA EN EL TRATAMIENTO DE UN NIÑO INDÓCIL.

* Ateneo presentado en el marco del Curso de Postgrado de Clínica con Niños y Adolescentes en el Hospital Álvarez (2012)

Lic. Guido Beltrami
 “… En psicoanálisis, definimos un caso como el relato de una experiencia singular, escrita por un analista para dar testimonio de su encuentro con un paciente…”
“…pero, ¿cómo llega un analista a dar vida a un caso? ¿Qué lo impulsa a escribir? En su oscilación permanente entre práctica y teoría, transforma una experiencia singular en un documento destinado a sus colegas”.
( Nasio, J. D."Los más famosos casos de psicosis", Paidós, Buenos Aires, 2001.)

Palabras iniciales

Hubo algo que motivó mi elección de este caso en particular y tiene que ver  con la necesidad de compartir algo que me generó singular sorpresa: cómo un niño es capaz de mostrarnos en transferencia, cada vez que nos corremos de nuestra posición como analistas.

La idea del encuentro de hoy es poder compartir algunas intervenciones que se fueron dando en acto, frente a las vicisitudes de la pulsión en los encuentros con un paciente. Intervenciones en juego, que tratan que un niño no quede fijado en el campo pulsional, donde la actividad es pura descarga. 

Sin embargo, alguna de mis intervenciones y maniobras fueron interpeladas por el paciente, quien me mostró el camino a seguir en la dirección de la cura. Cada vez que me corrí de mi lugar, él me lo hizo saber.

Lucía Silveyra en su trabajo “Una pregunta a la pulsión” dice que “las formas de intervenir ante los obstáculos que lo real pulsional presenta, se irán adecuando a cada sujeto en particular”…

Transitar espacios de supervisión e intercambio clínico me permitió hacer una lectura en relación a las irrupciones pulsionales durante el tratamiento y no caer como analista, es decir, no tirar los guantes frente a un caso en que la intensidad de lo pulsional se presentaba insistentemente.
Este trabajo intenta mostrar como lo pulsional se pone en juego en transferencia. Susana Sujarchuk decía la vez pasada: “Transferencia como repetición y como palestra para que se escenifique todo el pulsional patógeno.”

Los niños nos dicen su verdad (a medias), pero sobre todo nos enseñan, siempre y cuando estemos advertidos que existe esa posibilidad. Los niños hacen posible nuestra práctica, confían en nosotros para lograr paulatinamente una modulación de las pulsiones, porque como sabemos, el exceso de goce en un niño conlleva mucho sufrimiento.

Entonces, surgen varios cuestionamientos ¿Cómo se trabaja con el exceso pulsional que presenta un niño en la consulta? ¿Cómo hacer frente a ese goce que no quiere ceder?

¿Educar a la pulsión es una opción viable? Esta última pregunta en un contexto actual en el cual pululan infinidad de terapias que apuntan a educar o priorizar cuestiones de aprendizaje relacionadas a la conducta, los comportamientos y conocimientos que llevarían a cambios en la sintomatología.

¿Cómo intervenir en acto con un niño que se presenta desde un costado impulsivo y que algunas veces nos confronta incluso con la propia angustia e impotencia allí, cuando nos hace frente con los ataques de ira, berrinches desproporcionados, miradas desafiantes, agresiones físicas durante la escena de juego?

El caso que pasaré a comentar me confrontó con ciertas dificultades que se nos presentan a los analistas cuando llega un niño, parafraseando a Silvina Gamsie, que podría ser mencionado como niño “díscolo”.


El caso y las vicisitudes de la pulsión.

Andy tiene 5 años  y llega al equipo de clínica con niños del hospital derivado por el juzgado, alegando la importancia de un tratamiento debido a la situación familiar que el niño atraviesa.

Desde los 4, Andy junto a su hermano, vivía con los abuelos maternos por orden del juez. La madre no podía hacerse cargo de ellos, si los abuelos no se hacían responsables, los niños irían a parar a un hogar.

La primera consulta con los abuelos de Andy, prácticamente giró en relación a la pregunta si el niño debía ver a su madre y en qué condiciones. - ¿Le prohibimos ver a la madre?, preguntan. Señalan: -¡Esa casa es un descontrol! Y continúan: -Andy sigue esperando volver con su madre. ¿Cómo manejamos esto?, él extraña mucho a su madre y le pide a Dios que le haga volver, piensa que es algo temporal. Pero desde la justicia va a ser difícil revertir la situación.

La casa donde vivían con la madre, no se encuentra en condiciones para que vivan con ella. Vive con un hombre y además, subalquila una habitación a otra mujer. Los vecinos ya le hicieron varias denuncias por disturbios y ruidos molestos. La madre requiere tratamiento psiquiátrico pero lo rechaza a toda costa. El padre de Andy nunca vivió con ellos. Los abuelos refieren que el padre es un vago e irresponsable y que nunca se presentó cuando lo citaron. Andy ve a su  padre unas 3 veces al año.

Decido tener entrevistas con los abuelos, quienes comentan tienen miedo que Andy salga mentiroso como la madre. “- Se ve que no fuimos buenos padres con ella” y agregan que no están capacitados para cuidar a los chicos pero igualmente decidieron pedir la guarda tutelar a la justicia.
Pasadas algunas entrevistas, los abuelos refieren que Andy está muy inquieto e hiperactivo, que tiene muchos caprichos, no dice la verdad, que no acepta las normas en el colegio, cargosea y te imita.  Suele demandar y pedir de todo. “No me querés dar nada (…) mi mamá me daba…”

Luego del receso de verano, los abuelos me cuentan que la madre queda embarazada de un tercer hombre y, que en unos meses Andy tendrá un hermanito. Los abuelos preguntan ¿Cómo hacemos para darle forma a esto?

Decido citar al niño.

En las primeras entrevistas elige juegos reglados y aparecen cuestionamientos que interpelan el saber del analista: -“¡Seguro que no sabes jugar!, yo sé cómo se empieza, vos no sabes”.  Más adelante, será él quien no sepa: se olvidará como se juega, y/o se hará el que no sabe jugar.

En un momento esta posición de no saber es tan insistente que decido intervenir:- “¿Che, por lo menos te acordás como me llamo, no? En ese momento no se acordaba, pero a las siguientes entrevistas, retoma esto y pregunta:-“¿Cómo te llamabas? ¿Guido, no?

Podríamos pensar que Andy arma escenas y me incluye para compartir cuestiones ligadas con el saber y con el no saber de las cosas. Cuando no encuentra un lugar en el deseo del otro, desafía al otro y se hace rechazar, en un intento de alojarse. Decido semblantear que él tiene un lugar en mí. “ ¡Qué suerte que te acordaste de mi nombre!” Si hay falta, puede alojarse. Redoblo mi apuesta y algo de esto con el tiempo empieza a ceder.

En este primer tiempo de entrevistas, en casi todas las ocasiones, en relación a los juegos con los cuales jugamos,  insiste un pedido: -“¿Me lo regalás? ¿Me lo prestas?”.

Un día llega Andy a la sesión y comenta, como al pasar, que va a tener un hermanito.  A partir de ahí, empiezan a darse una serie de entrevistas donde las escenas lúdicas están claramente atravesadas por mentiras, situaciones de violencia, peleas, golpes y agresiones de diversos tipos.

A modo de ejemplo: se da una pelea entre dos muñecos con una fuerza y agresión que pocas veces había visto. Es más, en un momento sin querer, golpea mi muñeco y me lastima el dedo. -“Toma esto cabeza hueca, cabeza de toro”. Él era el power ranger que tenia 1000 vidas y yo, el toro que solo tenía una vida. La policía termina llevándose a la cárcel al toro porque les pegó a todos los animales y porque es mentiroso. El toro miente. El toro decía que el power era el que se peleaba con los animales, pero estaba mintiendo.

Quiero hacerles  saber que el power ranger castigó bastante al toro y fue mi dedo el que recibió toda esa energía. Después de varias entrevistas con el mismo tenor de agresión, decido intervenir e intentar que algo de esos golpes con sonidos y espectaculares escenas de lucha, cedan un poco, pero Andy insiste y no quiere terminar, habiendo incluso pasado el tiempo de la sesión.-“¿Y cuándo ganas?, ¿Por qué hace mucho que se están pegando? ¡Tienen 200 vidas!”

Ya comenzado su primer grado, luego de unos meses, los abuelos me cuentan que en el colegio le pega a sus  compañeros, no hace caso y no presta atención. A partir de aquí, comienza a aparecer algo en relación a su madre. Un día había sacado varios juegos del placar y antes de apoyarlos en el escritorio se le cae uno. En ese momento exclama,” ¡¡Mamita!!” Le pregunto: - ¿Cómo mamita? “No la veo nunca”, dice y continúa: “ellos no me dejan. Mi mamá me deja y quiere vivir conmigo. Los abuelos me explicaron que está prohibido porque es una villa dicen, pero es mentira”. Decido seguir con ese tema y pregunto si sabía porque la mamá no podía cuidarlo. -“Porque tiene un bebé y no tiene trabajo”. Intervengo:- “como mamá no puede cuidarte bien, los abuelos te cuidan”. Hace un silencio profundo y respira hondo. En ese mismo momento, decido comentarle que quiero conocer a su mamá y le pregunto si a él le parecía bien. Y responde: “Quiero ir con mi mamá”.

A la vez siguiente llega bastante acelerado, sin saludar. “Yo voy a hacer lo que quiera”. Saca las pinturitas y la témperas. “Parezco un costurero con toda la pintura”. Dibuja la luna, el sol, gotitas de agua, rocas violetas. Al final pinta algo de rojo que no se entendía bien que era y me dice: “las tetas de una mujer”.  ¿Cómo? “Si cuando mi mamá le da la teta al bebé”. Al final de la sesión comenta: “Está re bueno lo que hice, se lo voy a mostrar a mi abuelo”.

En otra entrevista, apenas entramos al consultorio, le comento que hoy iba a conocer a su mamá. En esa misma sesión juega a que una pieza de ajedrez llega y rompe un poco la casa que había construido previamente. Luego, golpea al ajedrez por haber roto su casa. “Ahora tienen que trabajar sin pelear” y comienza a rearmar la casa. Agarra un muñeco y pregunta:- “¿Se la saco toda la ropa al nene? Porque se va a bañar luego de estar sucio por arreglar la casa. Es nena! En ese momento, entra al consultorio una colega y su reacción es tapar a la nena desnuda. “¡El pito no se le ve! ¡Las tetas!”. Se lleva la muñeca a la boca y le chupa el torso. Ve un pan tipo baguette en la caja de juegos y dice:” Un pan!! Le picharon el culito!! Y coloca el pan en la cola de la nena”.

A la siguiente entrevista llega más calmo y no se desarrollan escenas de agresión. Decide sacar la caja con herramientas y pregunta: “-¿Qué querés que te construya? Construyamos algo. ¿Hacemos un reloj y jugamos a qué hora es?” Después de jugar a descubrir la hora, encara nuevamente las herramientas. Esta contento y entusiasmado. Decide armar otro martillo. “¿Dale que arreglamos una casa que se quemó?”

En la sesión posterior, saca la caja con herramientas y pregunta:- “¿Vos que problema tenias?”. Su idea era continuar con el juego anterior, pero ahora pasa de construir algo a arreglar algo. Le respondo que tengo un problema pero nada que arreglar, estoy triste porque extraño a mis papás. Y Andy responde con la enseñanza que los niños nos dan: -“No hay nada que arreglar”. Repregunto:-¿Y qué me recomienda entonces? “Y, que los vaya a buscar. ¡Pero me tenes que decir algo que se arregle, no que no se haga nada!”. Continúa preguntando:- ¿Qué se le pasó? ¿Se le perdió su tren?”

A mediados de 1º grado, los abuelos refieren que Andy está mejor, que está leyendo, está más obediente, “a veces, es un lord inglés”, casi ni pregunta por la madre, no está tan ansioso a que llegue el fin de semana para verla. Es difícil explicarle que su mamá tiene problemas. Manifiestan que están desilusionados con su hija. “Ella nos presiona para que la pareja entre a nuestra casa”, comentan.

Después del receso de invierno, comienzan otra serie de entrevistas donde aparecen los juegos de mesa nuevamente. No quiere seguir jugando a la batalla naval porque no sabe. Al oso polo, donde el objetivo es ir golpeando los bloques de hielo sin que se caiga el oso, juega más tranquilo que de costumbre pero al cabo de unos minutos, me pregunta:- ¿qué hora es? ¿Jugamos a otro?...

Esta será una pregunta que también insistirá durante cierto tiempo en las entrevistas. No presta atención al juego con el cual se está disponiendo a jugar, y menos aún a sus reglas. Aborda los juegos como tomado por un empuje que no lo deja preguntarse de que se trata el juego. En una ocasión, cuando el dado estaba un poco gastado y no se veían bien los colores, dice:- “Ah! Entonces no juguemos!”.

Hubo algunas ausencias y al retomar las entrevistas elige 7 juegos del placar, tuvo que ir en dos tandas al consultorio ya que no podía llevarlos de una vez. “Yo ya sé, juguemos, juguemos ahora”, me dice esto mientras me torea con el cuerpo. Durante el juego sus frases eran: “D6 ¿está o no está? ¡No te hagas el boludo! ¿Está o no?”. Luego, pasamos al golazo y luego a las cartas. Le pregunto: ¿Jugamos a las cartas? No, jugamos como queramos” Tira las cartas a la mesa muy fuerte, me cuesta seguirlo para jugar con él, no hay reglas y cuando intento hablar de cómo jugamos no quiere saber nada.

Trae animalitos desde su casa, pero no llegamos a armar una escena de juego por que interrumpe y va en búsqueda de las herramientas y después, el golazo. Pero a nada se puede jugar.

“Yo quiero juguetes que anden”. Lo dice por la tostadora y la plancha que no están en buen estado. Golpea al muñeco con el serrucho. Arma una torre con los bloques, una torre que se está quemando, le pregunto si hay alguien en la torre y me contesta:-“¡Cómo va a haber alguien si se está quemando!”

En una oportunidad, entramos al consultorio y le pido que cierre la puerta (porque él estaba cerquita) y no responde, ni da cuenta que me escuchó. Cuando insisto me dice que no quiere cerrar la puerta. Le pregunto ¿Por qué? “¡Porque no!” (subiendo su tono de voz). Decido intervenir en ese momento e introduzco el juego de magia, juego con el que Andy suele entusiasmarse y así, sale de la escena de rivalidad. Lo vamos a buscar, desplegamos las cosas y le pregunto:- ¿Qué truco de magia te gustaría hacer? “Hacer desaparecer todo”. Palabras fuertes para un niño porque teniendo la posibilidad de elegir cualquier cosa dentro de todas las posibles, elige desaparecer todo.

Un día llega con una bolsa con juegos y con un regalo para mí, me obsequia 4 paltas de su casa (estaban buenísimas) y dice:-“Ahora vos me tenes que regalar algo”. 

Saca los juegos y jugamos a la lotería de animales, sin saber muy bien las reglas, dice: “¡voy ganando! ¡Maldito!”. Durante el juego hace trampa, habla mal, pide de mala manera y prepotea cuando se dirige a mí. Le hablo y está en la suya, no presta atención. Incluso en un momento noto ciertas ganas de pegarme.

Luego elije el golazo, lee las instrucciones, se lo ve más predispuesto al juego, está más contento. “¡No vale! (Exclamo cuando me empieza a alcanzar) Finalmente Andy gana respetando las reglas. Por primera vez, después de mucho tiempo logra terminar la partida. Luego trae la caja de juegos y dice: -“Voy a inventar algo muy peligroso”. Arma una escena donde autos deportivos tienen que saltar el tren en movimiento (tren que armamos uniendo los vagones con unos clips de metal).

En el próximo encuentro volvemos a retomar la escena de arreglar cosas. Golpea la puerta como si entrara a mi casa y pregunta ¿qué se le rompió? Había elegido el martillo y la llave de tuercas y además muchas frutas y verduras. Bueno:-“¿Qué más le tengo que arreglar? Intervengo:-¿Puede venir más seguido a arreglar mi casa?  Andy responde que sí, y pregunto: ¿puede cocinar también? Andy:- “Si, y ¿sabes que te voy a hacer? Un guisado de banana con morrón y tomate. Jugamos a cocinar. Allí se observa cómo Andy se va conectando con el juego y deja de lado la impulsividad. Agrego:-” ¡Sr. Cocinero!, Andy me corrige:- “No, soy el Sr. Reparador todavía”. Entonces  pregunto:- ¿Pero usted quién es? ¿El reparador o el cocinero, porque cocina muy bien? Señala: “Soy las dos cosas”.

Ese día se fue contento llevándose unas antiparras tipo de soldador a su casa.

Andy entra al consultorio y dice:- “Te traje la última palta que tenemos. ¿Puedo llevarme otra cosa? (me pregunta entregándome las antiparras). Cuenta que jugó a arreglar cosas en la casa. Pero de repente dice: “Vamos a hacerle trucos a la gente. ¡El mago Aladino! ¡Dale! Esto es fácil” y sale disparado directamente hacia la sala de espera del Hospital. El nombre verdadero de Andy está incluido en el nombre Aladino.

Hacia el final del año, el abuelo me comenta en el pasillo que Andy no quiere irse de vacaciones sino que se quiere quedar con la madre. El abuelo dice: “sigue el fantasma con la madre. Lo hago pasar y me explica que Andy está mintiendo mucho, “dice que lo dejo encerrado, que no juego con él, que se aburre”.

En la siguiente entrevista, se engancha con Indicios, un juego de adivinanzas, al finalizar la sesión me pregunta:- “¿me porté bien?”, respondo con otra pregunta:-¿Por? “Y… porque antes no me portaba bien.”

En otra oportunidad Andy aparece con la varita mágica y el avioncito que se había llevado hacía algunas sesiones. Frente a sus malos modos de hablar decido preguntarle quién habla así. Responde: -“¡Yo!” y me enfrenta. Para no rivalizar decido intervenir imitándolo, algo que él hace de vez en cuando y comienzo a pedirle mal las cosas. Se ríe varias veces de mi performance “de mal hablado”. Jugamos con los autos y se queja de que están rotos. Ahí  mismo, decido continuar interviniendo en acto:- ¿y si los autos van al chapista para que los arreglen? Ese día Andy se lleva 2 autos grandes a su casa para arreglarlos.

Para mi sorpresa, trae los autos arreglados, fue con ayudita de los abuelos, sin embargo se encargó de que los pegaran, pintaran y agregaron algunas piezas que les faltaban.

Ahora… adivinen a que quiso jugar esta vez. ¡Al ajedrez! Uff! ¡Qué desafío para ambos! Nos dedicamos a colocar las fichas en el tablero y advierto que si bien no pudo ordenar todas las fichas simétricamente como las había puesto yo, manifestó interés en querer aprender cómo se ubicaban y varias fichas las ubicó correctamente. En un momento de esta sesión, recuerda cuando lo imitaba y dice que “lo cargaba” al imitarlo y se ríe.

A medida que fue pasando el tiempo las escenas de violencia tanto conmigo como en el juego habían bajado en frecuencia e intensidad.

Un día llega y me “pega un abrazo”, ¡sí! me abraza, como nunca lo había hecho antes.” ¡Tenemos que jugar un partidito! ¡Indicios! ¡Indicios!” 

Hacia el comienzo de 2º grado, un día se engancha a ordenar y juntar todo lo que es de cocina. Así que anduvimos separando todo lo que es de cocina y poniéndolo en una caja aparte. Ordenamos con una tranquilidad que nunca se había dado.

Vuelve la lucha entre muñecos, intervengo haciendo participar a una  muñeca que observa la pelea. Esta vez no la castiga como otras veces, sino que, luego de que Batman gana la pelea, se va con la chica y su auto, porque ganó la pelea. Acto seguido, encara otra pelea entre muñecos y propongo que la pelea tenga reglas. Acepta y dice:- “Si se cae al vacio pierde”. Además introduce un juez en la pelea. Yo tenía que hacer la voz en off y decir las cosas del juez. Andy me indicaba que decir y cuando. “A sus rincones, fight”.

Trae la netbook y jugamos al Counter y le ofrezco poner reglas. Hace una lista de 6 reglas muy pertinente al juego en cuestión. ¿Y el objetivo cual es?, pregunto. Andy responde:-“¿Lo inventamos?” Dale Andy!, exclamo. “Bueno, vos sos mi enemigo. Pero mira que hay muchas vidas.”

En un momento, golpea su netbook contra la mesa, agarro suavemente sus manos para calmarlo y enfrentándome dice: -“No me toques” y luego, “dejemos de jugar porque me aburre”. Agarra el oso polo y mientras lo armamos para disponernos a jugar se pone a cantar villancicos.

Más adelante elige el golazo y cuando nos disponemos a jugar decide poner 6 reglas bastante detalladas para mi sorpresa. Pregunté:-¿Andy te parece escribirlas? Y me las dictó y las inscribimos como reglas oficiales del golazo.  

Empieza a hacerse cada vez más presente el significante “aburrido” en las entrevistas. “Es aburrido este juego. Pregunto: -¿Y qué te gusta? Me gustan los juegos de armas. Empieza a hablar del juego Counter.

Otro juego: -“¡Uy! Me gusta jugar al doctor. Pero manifiesta que no hay juguetes de doctor. ¿Jugamos a la doctora juguetes? “¿Jugamos al doctor y que yo te hago un chequeo? aunque no tengo maletín; agarra el balde y lo utiliza como maletín. ¿Me lo puedo llevar?”

Trae nuevamente su netbook y me pregunta si podemos ir al “otro” consultorio. Hacia un tiempo venía manifestando un llamativo interés por querer ir a ese otro consultorio, que estaba ubicado en el sector de traumatología (hubo un tiempo que lo atendía allí mientras terminaban las refacciones en nuestro sector). Doy lugar a la insistencia de ir y acepto. Digo a Andy que será él quien pida a las secretarias si nos prestaban un consultorio, porque es él quien quería estar allí. Lo hace sin inconvenientes, entramos al consultorio y dice:- “Yo quiero estar en la camilla”. Así que jugamos juntos al Counter, sentados en la camilla. Habrá que ver como sigue desplegándose este jugar juntos. Jugamos con armas pero por suerte en la camilla del doctor.
Hasta aquí el caso.
La apuesta analítica en el tratamiento de un niño indócil.

Me pareció pertinente ir detallando los momentos más importantes en el recorrido de las entrevistas con Andy, porque allí se observan las vicisitudes de la pulsión, en un ir y venir en su lucha contra ellas.

Con el transcurrir de las entrevistas y transferencia mediante, algo del exceso pulsional empieza a ceder y puede empezar a armar escenas, escenas que lo empiezan a armar a él. Sin embargo, hay que estar advertidos como analistas, de no meter la realidad del día a día (del niño) en la escena de juego. El valor que tiene la escena lúdica (ficción) es de velar los peligros, para que la angustia no tome el cuerpo, y permite así poner un coto a lo Real.

Pensando el nombre que lleva el curso de este año: “Conceptos fundamentales de una práctica en acto”, me pregunto ¿cómo se interviene en acto frente al exceso pulsional que presenta Andy? ¿Cómo hacer frente a ese goce que no quiere ceder?

Susana Sujarchuk la vez pasada decía: “Cuando intervenimos con algo del orden del lenguaje algo del orden del goce se pierde. El lenguaje permite que algo se recorte”.

Mi apuesta con Andy está dirigida a poder devolverlo al juego, para que pueda apaciguar algo de esa pulsión. Se va a seguir enojando, sin embargo, la decisión es no retroceder ante el exceso de goce. Es un trabajo de hormiga que demanda tiempo y paciencia. Intento jugar de distintas maneras para entrarle a lo pulsional, e intervenir en acto en la enunciación.

¿Cómo intervenir en acto? Operando sobre el exceso, ahí mismo en la escena, haciendo corte en algo del exceso, instalando un tiempo de intervalo donde no lo hay: “muchos juegos no, vamos a elegir de a uno, cuando termines un juego elegimos otro”. Agujerear la escena de agarrar muchos juegos. Pero también muchas veces plantándome diciendo: “¡En estas condiciones no! ¡Así no juego más! ¡Revolearme cosas no!”.

Será en el trascurso de la cura que se intentará ir construyendo, “de jugando” en transferencia, la palabra que empiece a frenar el exceso de intensidad pulsional. Lograr que pase de agredir y romper a poder jugar.

¿A qué viene jugando? A construir, a arreglar, a llevarse a casa herramientas o juegos para jugar allá, y poder arreglar así los autos. Pero ¿para que se lleva los juguetes? ¿Qué me pide cuando me pide? ¿Sabe lo que pide o pide porque pide? ¿Cómo darle a lo que pide una entidad? Este es el sesgo de lectura que caracteriza al psicoanálisis. Poder leer la escena pulsional y transferencial para despejar los síntomas de trastorno de conducta e hiperactividad.

El se va a constituir en la trama de ese mundo ficticio que es el juego. La vertiente dramática permite entrar en el entrecruzamiento de la realidad con la ficción como posibilidad de vida. Las escenas dramáticas le permiten inscribirse. “Arreglar” es una metáfora. Allí se ubica como un poeta. Es el artista de su propia vida. El se va constituyendo ahí cuando me pide que le preste, cuando hay valor simbólico de escena. Andy intenta hacer con su sufrimiento, allí en el armado de la ficción, es que algo del exceso puede ceder.

¿Qué se juega en los juegos reglados? Una dimensión de saber, dimensión de la falta, hay momentos que sabe y otros momentos que pregunta cosas como si no las supiera. Plantea también un no saber del analista. Decido tomar esta vertiente y me agujereo. ¡Uy! No puedo más! ¿Por donde vamos? ¿Cuánto falta? ¿Qué es lo que querés hacer? ¡Andy yo no sé jugar al Counter! En las últimas entrevistas me está enseñando a jugar con su netbook.

Termino releyendo a Freud. En “Consejos al médico”, planteaba una mirada y actitud abierta frente a los pacientes. Mirada abierta y disposición a trabajar con niños también, que debe ser completamente abierta a las vicisitudes que surjan al momento de disponernos a entrar en la escena de juego que nos propone el niño. Un mundo que suena ajeno a veces para los adultos, pero que reduciendo al máximo nuestras expectativas y sentidos de lo que ocurre, podremos favorecer el despliegue del juego y algo podrá aparecer de la subjetividad del niño.