* Clase presentada en el marco de las 1º Jornadas del Equipo de Niños del Hospital Alvarez 2011.
Lic. Mariana
Martínez Liss
La
idea de esta presentación es pensar la clínica psicoanalítica en el hospital.
Para
comenzar quisiera ubicar que, en la clínica, no hay el obstáculo, sino obstáculos
que se nos presentan como limitaciones, limite.
Se
tratará de hacer con el obstáculo, de saber hacer allí. Propongo leerlo
freudianamente: de obstáculo a motor.
Hay
diferentes obstáculos o modos diferentes de leer el obstáculo: de acuerdo a
cómo leamos el obstáculo podrá devenir motor o no. Propongo pensar la invención
como salida del obstáculo. Salida singular efecto del encuentro: contingencia.
Pensado tanto respecto del trabajo con los pacientes como del trabajo que cada
uno de nosotros realiza en relación a su posición como analista en una
institución particular que en este caso es el hospital.
Se
trata de hacer de lo imposible, causa. Se trata de hacer con lo imposible, de
ubicar lo imposible como estructural, para encontrar algunos posibles. Así lo
imposible más que obstáculo, puede devenir causa.
En
“Consideraciones actualizadas”, Fernando Ulloa
dice: “en la intención de hacerlo reside la diferencia…Los dos pilares
de la neurosis de transferencia son la asociación libre y la atención libremente
flotante, pilares que constituyen básicamente intenciones. Digo esto porque es
imposible, tanto asociar libremente como mantener una atención libremente
flotante. Pero en la intención de hacerlo reside la diferencia. Decía Freud que
gobernar, educar y analizar, eran tareas imposibles; es claro que dejan de
serlo cuando se afirma la intención de gobernar, de educar y de
psicoanalizar".[1]
Frente
al obstáculo, la intención hace a la diferencia: en la intención leemos la
posibilidad de que el obstáculo devenga motor. Invención, intención, puesta en
juego de un deseo. No se trata de borrar las diferencias sino de ponerlas en
juego. Invención, efecto de agujero.
En
este punto es necesario ubicar que no hay respuestas universales. Se tratará
del caso por caso, para cada uno, una respuesta singular, diferente. Aquí
nuevamente como analistas y analizantes. ¿Por qué estamos en un hospital
público? ¿Cómo se analiza? Son preguntas universalizantes, que si intentamos
responder desde ahí, devienen obstáculo. No hay una manera de resolver los
obstáculos, hay diferentes maneras, que tienen que ver con las marcas de cada
uno, con el propio análisis, con la formación, con la posición de cada quien
respecto de la práctica psicoanalítica. Es uno por uno, pacientes y analistas.
Lo
propio del hospital es que brinda la posibilidad de trabajar con otros, de
enlazarse, de compartir preguntas para concluir una respuesta singular.
Por
otro lado el hospital es público para quien necesite o quiera consultar, este
no es un detalle menor. Que suponga un “para todos” no necesariamente implica
que todos puedan llegar. Hay atravesamientos de coordenadas políticas y
socioeconómicas. Justamente que sea público implica que no es necesario que nos
den la bienvenida, como cualquier institución pública se presumiría de libre
acceso. No siempre ocurre. Nos encontramos con escollos. Se tratará de recibir,
no de bienvenir y, en el mejor de los casos, de alojar, dar lugar a la
subjetividad, la singularidad. Lo que permite pasar del “para todos” al cada uno
es el padecimiento que es singular. Esa será nuestra orientación, enmarcados
por la norma que establece que estamos en una institución. Normas para aquel
que consulta, normas para nosotros en tanto trabajamos, sea cual fuere el lugar
que desempeñemos, en una institución pública. La norma es para todos, el
sufrimiento es de cada uno, de allí la posibilidad de encuentro o no. Hay
buenos o malos encuentros, para el analista, para el paciente. La norma nos
rige, la moral queda afuera para poder escuchar a cada uno en su singularidad.
Si no corremos el riesgo de que la resistencia del analista devenga el
obstáculo más difícil de zanjar. Para evitarlo, el analista se analiza,
supervisa, resuelve sus asuntos por fuera de la dimensión transferencial con el
paciente, recurre a sus propias transferencias.
Lo
que ponemos en juego en la clínica es el deseo del analista, deseo de deseo,
deseo de obtener la diferencia absoluta: dispositivo, posibilidad de invención,
intención de hacer diferencia.
Entonces
vamos a apuntar a poner en acto el deseo del analista como dispositivo. Es el
deseo del analista como dispositivo el que crea la posibilidad de una clínica
hospitalaria.
En el trabajo clínico nos encontramos, muchas
veces, con el sufrimiento de niños que padecen los efectos del desamparo.
Efectos de desamparo que tendrán consecuencias en los procesos de
subjetivación. Es justamente por ello que lo que necesitan es sentir que hay
otro que los aloja, que les da un lugar, que escucha su palabra y lo que no
dicen y que puede jugar.
Podemos
pensar diferentes vertientes, lecturas del desamparo:
a.
Desamparo como fracaso de la ternura:
En
términos de “Desamparo y creación”, de F. Ulloa[2],
el desamparo es una situación de dos lugares, sin tercero de apelación, sin
ley. Desamparo como fracaso del primer amparo, fracaso de la ternura que, como
función, depende de un tercero. La madre como agente de la ternura depende de
la función paterna, que la ejerce el padre o sustituto o la sociedad. Entonces,
la ternura como función es un dispositivo social que engendra subjetividad.
Ulloa ubica el fracaso de la ternura como uno de los orígenes de lo cruel: la
crueldad implica un tratamiento de lo diferente por la vía de la exclusión, el
odio y la eliminación. En cambio hay otro modo, que se contrapone al
conocimiento del cruel, de tratar lo diferente donde lo distinto no se elimina,
no se anula: se atraviesa. Para esto es fundamental contar con la separación
como concepto. La separación permite la diferencia, y de allí la posibilidad de
hacer con eso.
b.
Desamparo como efecto del rechazo del amor. En “El saber del Psicoanalista”,[3] Lacan dice: “Lo que distingue al discurso
capitalista es la verwerfung, el rechazo, fuera de todos los campos de lo
Simbólico, de la castración. Todo orden, todo discurso que se entronca en el
capitalismo, deja de lado lo que llamaremos simplemente, las cosas del amor”.
Si
falla lo social como agente de la ternura, como regulación del goce, nos
confrontamos a situaciones de desamparo social o institucional que llevan a la
confusión, la indiferenciación, la exclusión. Programas que no funcionan,
funcionarios que no responden, profesionales que no pueden hacerse cargo de su
función, escuelas que expulsan.
Entonces,
frente a estos modos que llevan al desamparo, me pregunto: ¿Qué lugar para lo
subjetivo: la diferencia, el deseo, el amor, la tristeza, el sufrimiento, los
duelos?
El
deseo del analista como dispositivo apunta a rescatar la diferencia, a
reintroducir las cosas del amor, a instalar el tiempo subjetivo, a dar lugar a
lo propio de cada quien.
Quisiera
señalar cómo, muchas veces, las instituciones redoblan el desamparo de un
sujeto y muchas otras, ofrecen un amparo que se presenta como una nueva
oportunidad. De ahí, malos o buenos encuentros.
Es
en este punto que nosotros devenimos, en palabras de Winnicott, agentes del
jugar, en términos de Ulloa, agentes de la ternura como aquello que se opone al
desamparo, en términos de Lacan, vehiculizamos un deseo no anónimo. Ponemos en
marcha un deseo hospitalario que implica la transmisión de una imposibilidad,
un analista advertido de la castración. Deseo no anónimo que augura un lugar
posible, nuevo, diferente para aquel que nos consulta y para nosotros mismos en
tanto no nos deja en el anonimato. La apuesta será propiciar el advenimiento de
la singularidad de aquel que nos consulta
en la vía de lo contingente que define al encuentro en tanto tal. Si se
tratara de una máquina de diagnosticar y derivar según criterios universales nos
perderíamos la gran oportunidad de escuchar a un niño en su singularidad más
allá de lo sintomático que lo trae y caeríamos, nosotros mismos, en una
maquinaria que nos transformaría en amos de un saber totalizante.
Como
salirnos de un saber totalizantes?
No
hay respuestas universales, hay pistas que nos orientan.
Como dice Freud en "El malestar en la cultura",
se tratará de no abandonar los esfuerzos por acercarse de algún modo a la
realización de la felicidad teniendo en cuenta que “ninguna regla vale para
todos”[4].
Como dice Deleuze se tratará de que “los
procesos de subjetivación escapen
a la vez de los saberes constituidos y de los poderes dominantes”. [5]
Pensemos entonces caso por caso, analista por analista
y recordemos lo que plantea Freud en
“Consejos al médico” acerca del factor sorpresa ante un nuevo caso.
"El éxito de un tratamiento se asegura mejor cuando uno procede como al
azar, se deja sorprender por sus virajes, abordándolos cada vez con ingenuidad
y sin premisas."[6]
En esta línea en la Conferencia en Ginebra sobre el
síntoma, Lacan habla de la particularidad de un caso. "Es exactamente lo
que nos dice Freud- cuando tenemos un caso en análisis, nos recomienda no
ponerlo por adelantado en un casillero. Quisiera que escuchásemos, con total
independencia respecto a todos los conocimientos adquiridos por nosotros, que
sintamos lo que enfrentamos, a saber, la particularidad de un caso… Freud
insiste mucho al respecto, y si esto fuese comprendido, daría quizá la vía
hacia un modo harto diferente de intervención."[7]
Para
concluir, retomemos la idea del deseo del analista-deseo hospitalario como
dispositivo enmarcado por la transferencia como escenario que se sostiene en el
amor como función que hace agujero.
En
la clase 4 del Seminario 20, Lacan dice: “La relación sexual no puede escribirse.
Lo que suple la relación sexual es precisamente el amor… En lo que nos cuentan los pacientes debemos advertir los
efectos de los decires. Los pacientes nos cuentan sus necedades,
sus apuros, sus impedimentos, sus emociones. Es ahí donde hay que leer los
efectos de esos decires. Esos efectos agitan, remueven, preocupan a los seres
que hablan. Es necesario que eso conduzca a algo, que sirva para que se las
arreglen, para que lleguen pese a todo a dar un asomo de vida a ese sentimiento
llamado amor”.[8]
Porque no hay "la relación sexual”, hay
posibilidad de relaciones que la suplen sostenidas en un amor atravesado por la
castración. Es en esta línea que propongo pensar el deseo del analista en tanto
dispositivo que apunta a sostener el amor como barrera al desamparo.
[1]
Ulloa, Fernando: “Consideraciones actualizadas”, en “Mi experiencia con la institución
psicoanalítica”. Revista de Psicoanálisis y Cultura. Número 11. Julio 2000 .
www.acheronta.org
[2] Ulloa,
F, “Desamparo y creación”. Conferencia en la Biblioteca del Congreso, Bs. As.
2005
[5]
Deleuze, G:”Control y devenir”, entrevista con Toni Negri. Magazín Dominical.511 “Dossier Deleuze-Guattari”, febrero 7 de 1993.
[6]
Freud, S: “Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico” (1912) Obras
Completas. AE. Volumen XII. Bs. As. 1990.
[7]
Lacan, J.: “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma” (1975) en Intervenciones y textos 2. Manantial. Bs. As.
1993.
[8]
Lacan, J: El Seminario, Libro 20, “Aún” (1972-73) Editorial Paidós, 1981