LA APUESTA AL SUJETO*

*Trabajo presentado en la 1º Jornada del Equipo de Niños del Hospital Alvarez: “La clínica hospitalaria, obstáculos e invenciones” (2011)

Lic. Marisa Mólica Lourido

En el presente escrito intentaré abordar los tiempos del sujeto, de su constitución en el análisis, sirviéndome del trabajo con la letra que el paciente va realizando en el transcurso de su tratamiento.

Cuando comencé a atender a O tenía 11 años y desde hacía 6 meses estaba viviendo en un Hogar porque su padre, O también, estaba preso y la madre con orden de restricción. El padre estaba acusado de ofrecer a los hijos para prostitución y de violarlos. También de hacerlos consumir drogas. Su madre de ser cómplice. Como consecuencia de todo esto que sucedía en la familia de O, su hermana E. -de 12 años- acababa de tener un bebé. A todos los hermanos los visita un vecino del asentamiento, que fue quien realizó la denuncia que ocasionó la intervención judicial. O le dice "tío". A la primera entrevista concurre la Trabajadora Social del Hogar y dice de O que recién ahora es el hermano mayor ("antes era sálvese quién pueda"), que "si hay algo que no le gusta es de proclamarlo", que suele solicitar hablar con la Jueza para saber qué va a pasar con él, y que "a todo encuentra una lógica" (hay unas nenas del hogar que gustan de él y O les dice que no puede ser porque ahí en el Hogar son todos como hermanos), que a O le importa estar limpio y tener el guardapolvo blanco para ir a la escuela, y que "cuando saca algo lo hace para acumular".

O no llega en la posición habitual en que solemos recibir a un niño: la de un hijo traido por sus padres, o por uno de ellos, o por algún familiar. Después de esta entrevista me preguntaba –anticipadamente- cómo iba a trabajar con O sabiendo que iban a faltar los dichos de sus padres, esos que nos permiten saber algo del "lugar de los padres en la estructura del sujeto" (Flesler, Alba: "El niño en análisis y el lugar de los padres", p.44). De cualquier modo, "¿eso qué importa?", intentaba alentarme. Se trata de recibir y alojar a un sujeto: a eso apuesta el analista. Sujeto del lenguaje: ese que el significante fabrica. Y nuevamente resonaba en mí una frase de Lacan de su Breve discurso a los psiquiatras: "esos significantes le son tanto más próximos por haber sido aquellos que han constituido aquello de lo que él un día surgió, incluso si es por azar, a saber, el deseo de sus padres. Pues incluso si es por azar, fue de todos modos ahí que él vino a caer, a saber, que todo lo que le sucede –al menos al comienzo- va a depender de ese lugar que se llama, en sus padres, el deseo" y que no es posible que eso no tenga sobre todo lo que va a sucederle una función determinante. ¿Cómo hacer para que O no quede alienado, fijado, a esos significantes primordiales, excesivamente cargados de sexualidad, de horror? Así, con estos interrogantes lo recibo.

"Las letras a veces me cuestan"
Cuando le pregunto a O si sabe por qué está acá me dice que "para arreglar los problemas que pasaban: me pegaban y me hacían cosas malas, me hacían trabajar a mí y a mi mamá, y se partían la plata. De noche pasaban cosas malas, cuando la gente está durmiendo. A veces se peleaban. Yo no podía dormir porque sentía olores, escuchaba. Cuando duermo también sueño y me despierto pensando en esto. Tenía unas cositas que decir y me olvidé. No sé porqué me olvidé eso". Le digo que tal vez eran unas cositas feas. Me cuenta que van a buscar a su mamá y sino se irá con otra familia. O me pregunta insistentemente cuándo se va a ir del Hogar. "Quiero saber con quién me voy a ir. ¿Vos sabés?". También me explica que por primera vez está yendo de modo continuo a la Escuela: "estoy aprendiendo los números, las letras a veces me cuestan". En estos primeros momentos no busco ahondar en "las cositas feas" porque tal vez sea necesario que O pueda olvidar algo de ese horror para poder empezar a hablar, a tomar la palabra. Se requiere velar algo de ese real para que pueda comenzar a escribir esas letras que a veces le cuestan.

Hacer buena letra
Desde la primera entrevista O pide permiso antes de sentarse, agradece, se presenta llamativamente educado, amable… como si estuviera haciendo buena letra. Siempre habla muy bien del Hogar, del Juzgado, de la Escuela. Le comienzo a preguntar si a veces no se quiere ir del Hogar, si no está enojado, si a veces no extraña a su mamá. Como un intento de posibilitar en O una respuesta más propia a la demanda del Otro, abrir allí un intervalo para que emerja la subjetividad. El análisis puede ofrecer –a contrapelo del discurso y las demandas del Hogar, la Escuela, el Juzgado- un espacio para la constitución subjetiva y no una preocupación por "armar" un niño amable, educado y educable, "adoptable".

O comienza todas las sesiones recordándome que se quiere ir con su mamá, sus hermanas, sus hermanitos, y el vecino, su tío O. "Con mi papá no porque nos pegaba a todos". Insiste su pregunta: si yo sé con quién se va a ir él. Le digo que no lo sé, que creo que eso lo decide el Juzgado, pero que les podemos escribir una carta y preguntarles. Le aclaro que yo no sé qué va a hacer el Juzgado con eso, pero que igual la podemos escribir. Porque es necesario instalar que más allá de la respuesta del Otro es posible empezar a hacer algo. O me dicta y yo escribo: que se quiere ir con su mamá y sino con su tío O, que quiere irse con sus hermanas y hermanos, "todos juntos". Desde entonces las sesiones suelen dividirse en un tiempo en que O me dicta cartas y otro tiempo en que jugamos con algún juego. 
O empieza a expresar su enojo. "Yo sé una cosa pero no la voy a decir hasta que no me digan que me voy con mi mamá. Y sino voy a dejar de estudiar y voy a portarme mal. Voy a hacer quilombo". O parece querer volver con la madre como sea, a la calle otra vez. Jugamos al juego de la oca. Cuando caigo en la anteúltima casilla, la del cocodrilo, y me toca regresar a la casilla 1, O se enoja "qué malo el cocodrilo". Le digo que sí, pero que no te deja afuera del juego, que hay que empezar otra vez. 

"A veces las letras de los grandes no se entienden"
O llega a una entrevista muy enojado: una operadora del Hogar lo retó. "Cuando me vaya a buscar a la escuela no la voy a saludar, adelante de todos". Cuando le pregunto él no sabe por qué lo retó. "Y la otra operadora no vino. Tal vez esté enferma. Yo creo que le pasó algo: un accidente o algo malo". Me muestro intrigada, interesada; le pregunto cómo podemos hacer para averiguar. Y cada vez que lo trae una operadora que no conozco le pregunto el nombre, si es nueva. Apuesto a que se arme una significación opaca en O, que surja la pregunta por ¿qué quiere decir? Introducir la suposición de un saber a producir: la apertura del inconciente. O empieza a dirigirme preguntas a mí: "¿qué hacés ahora?, después de que yo me voy", si llego tarde me pregunta si fue porque salí tarde o no venía el colectivo, quiere saber cuándo cumplo años, qué me regalaron, qué edad tengo, si estoy casada. También comienza a levantar su cabeza gacha e introducir preguntas cuando hablamos algo en la sala de espera con las operadoras del Hogar que lo traen, "¿qué pasa?, ¿qué te dijo?".

O suele repetir: "todos me retan y yo no hago nada". Le digo que todos los nenes se portan mal alguna vez, "¿vos nunca?" Durante un juego le confieso sonriente que estoy haciendo trampa: "¿Te cuento algo? Estoy haciendo un poco de trampa. Pongo las cartas a trasluz y así me fijo". También golpeo un vidrio y lo hago significar como una travesura, que el señor que está del otro lado se va a enojar. "Porfi, hacelo –me pide-, la próxima lo hago yo". Para esa época recibo un llamado de la Directora del Hogar preocupada porque encuentran a O espiando a las nenas cuando se bañan. Me pregunta qué hacen con eso. Le digo que lo que indiquen las normas del Hogar, que si O espía, y se esconde, es porque sabe que eso ahí no se puede: y que esto es muy importante para él. También me dice que se enoja muy seguido, se va a su cuarto, no les habla, y pide que llamen a su psicóloga.

Solemos jugar a los palitos chinos. Cuando mueve un palito me mira para ver qué sanciono o me pregunta cada vez que saca un palito, "¿moví?". Yo me río, lo cargo: le digo que sí movió cuando no. Deja de preguntarme y empieza a poder señalarme cuando yo moví. Cuando alguno va a usar un palito para hacer volar otro O sugiere que nos pongamos el estuche del juego tapando los ojos, como "escudo protector". Y si yo me olvido de agarrarlo él me lo recuerda. O me cuenta que a veces le pega a una nena, que él no quiere, pero su cabeza le dice eso y no se puede contener. Yo le pregunto si no será que esa nena le gusta, si le da vergüenza. También me dice que a veces le dan ganas de escaparse del Hogar. Un día cuando quedan todos los palitos muy juntos, muy difícil de sacar, le digo que me dan ganas de revolearlos por el aire. Me pide que no lo haga. "Ay, ya se me pasó. Es así, es un rato y se pasa".

Jugamos al Dominó. Llegamos a un punto donde ninguno de los dos puede colocar sus fichas. Se le ocurre sacar una ficha cada uno y probar de otro modo, "algo tenemos que poder hacer" me dice. Efectivamente eso hacemos y le señalo que fue con las mismas fichas. Porque el juego subjetivo está permitido dentro del marco significante de cada uno: su batería de fichas del dominó, son esas. Y con esas fichas (significantes) es que a O se le ocurre hacer algo distinto que eso que lo dejaría en el impasse de la detención; propone relanzar el juego. Otro día mientras jugamos al dominó y –como a mí me quedan pocas fichas y a él muchas- me dice que ya perdió. Seguimos jugando y llegamos a tener igual cantidad de fichas cada uno. "¿Viste? Dijiste que ya habías perdido y ahora estamos igual". "Sí, pero puedo perder". Le digo que sí, pero que no es lo mismo. 
O me sigue dictando cartas, y me empieza a pedir que escriba en imprenta, que es la letra que él entiende. Cuando terminamos la carta me pregunta y va corrigiendo aquellas letras que no entiende, las remarca. Me dice que "a veces las letras de los grandes no se entienden". Pasado un tiempo, en Navidad, una señora que va al Hogar le lleva un regalo que -le dice- dejó Papá Noel en su casa. Él ve su nombre escrito en el regalo con la letra de la señora, y me explica: "me mintió, no es de Papá Noel. Yo ya entiendo las letras". Parece que la letra del Otro empieza a resultarle más legible.

Escribir algunas letras
O me dice: "cuando yo cuento algo me olvido. ¿Vos te acordás?". Le propongo armar una agenda: para esas cosas que sí quiere acordarse. Él lo llama "el librito". Empezamos anotando su cumpleaños: averiguamos cuándo es y él me pregunta: "¿el 6 de Octubre siempre?". Usamos stickers de letras que él va pegando en las hojas. Y cuando ya no hay una R, se le ocurre que a una P le puede agregar una patita, o sacarle el palito a la Q y que sea la O que necesita. Anotamos los nombres y edades de sus hermanos, y me aclara "Mi nombre lo escribo yo". Un día llega a la sesión con un sobre. Me explica que en el grado le habían hecho una carta y un dibujo a los mineros de Chile para darles fuerza y desearles que estén bien. Y ahora desde el Consulado de Chile les envian esta carta de agradecimiento. Me muestra que está dirigida a él y me aclara: "es un papel muy importante".

O propone jugar a la casita robada: me roba la casa y le digo "no importa, voy a empezar a construir otra". En la clase de tecnología elige construir una casita con madera y cartón: "pensé que podía intentarlo y si no me salía no importaba". Me dice que la casita que armó es gracias a cosas que él se acuerda que le enseñó su tío cuando era chiquito. Se queja, dice que se quiere cambiar de Hogar porque los chicos dicen que él hace las macanas y entonces la Directora lo reta. Me pide que hable con ella y le diga esto. Le pregunto si está seguro, le digo que a veces uno está enojado, que sería una decisión importante, que nos tomemos un tiempo y lo vamos viendo. O retoma esto: "para hacer la casita tenemos tiempo; podemos ir empezando aunque no tengamos todos los materiales". Su idea es armar la casa por partes: primero las partes de la casa y después ensamblarlas. Me pide un papel y dibuja una casa: la modifica, la remarca, y me explica: "la acomodé, estaba chueca. ¿Viste? sé hacer una casa nueva".

"… no es lo mismo leer una letra y leer. Es bien evidente que en el discurso analítico no se trata de otra cosa, no se trata sino de lo que se lee, de lo que se lee más allá de lo que se ha incitado al sujeto a decir" (Lacan. Seminario XX, Clase 3: La función de lo escrito). Efectivamente para O la letra es aquello que le permite inscribir algo de la pulsión, anudar algo del cuerpo a lo simbólico, que lo regula en un cierto orden. Y así lo hace abordable para el sujeto. Exceso de tyché en la infancia para O, marca en el cuerpo –siempre traumática- pero con la que se puede maniobrar: "estaba chueca, la acomodé" dice él.

Una nota: O solía equivocar el 6 por el 11 (si en el dado salía 6, él leía 11; si había que elegir dos números: 6 y 11). Fallido que se sucedió y repitió a lo largo de todo el tratamiento. Fallido que nunca salió de ese estatuto enigmático para mí. Pero ¿no es en ese mismo no entender del analista que está la suposición del sujeto?, si en eso que no se entiende se supone un sujeto del inconciente.