*Trabajo presentado en la 1º Jornada del Equipo de Niños del Hospital Alvarez: “La clínica hospitalaria, obstáculos e invenciones” (2011)
(Jacques Lacan)
Lic. Francisca Gelly Cantilo
La conocí en un hospital de niños. Las circunstancias en que se realizó su admisión hicieron que me encontrara primero, no con los adultos encargados de su crianza, sino con Micaela misma, con lo que ella traía a la consulta, con su silencio decidido frente a mis preguntas, con su despliegue en el juego.
Y los primeros juegos me dejaron perpleja. Micaela solía representar a una madre con notorias dificultades para cuidar a sus muchas hijas. Acudía al doctor -papel que me asignaba a mí- a quien le pedía la internación de la hija enferma. Y contrataba a una niñera para que la ayudara en el cuidado de sus otras hijas. Pero rápidamente se desentendía de sus funciones argumentando las más diversas e inverosímiles excusas, no estaba dispuesta a llevarse a la niña que había quedado internada en el hospital aunque ya estuviera curada, ni se ocupaba de sus otras hijas a las que solía inyectarles no sé qué sustancia que las desmayaba. Y el juego solía terminar cuando Micaela inyectaba a todos los personajes. ”Es que estamos todos muertos”.
Micaela llegó al hospital traída por Karina, su mamá. Quienes condujeron aquella entrevista de admisión me contaron que Karina se presentó con sus dos hijos (Micaela de 8 años y Esteban de 10) pidiendo tratamiento para ambos. Estaba preocupada por ciertos episodios de violencia que los chicos habían presenciado y porque Micaela tenía problemas para aprender porque no prestaba atención en la escuela.
Karina tiene 32 años, consume todo tipo de drogas, ha vivido en la calle, tiene HIV, es adoptada al igual que su hermano.
A la mamá la notaron desbordada, y al salir del consultorio, se perdió en el hospital. Cuando la encontraron, estaba desorientada. Días después fue internada en un hospital psiquiátrico; una internación más, como tantas internaciones que tuvo desde sus 20 años, pero esta vez, en un pabellón de crónicos...
Se dio intervención a la Defensoría correspondiente, donde se tramitó la guarda transitoria de los niños en manos de sus abuelos. La abuela tenía dudas respecto de esa decisión pues decía tener miedo de quitarle los hijos a su hija.
En un primer momento, creí que los juegos de Micaela se parecían demasiado a la vida real, que entonces estábamos muy cerca de la reproducción de lo traumático. Pero a medida que seguí jugando con ella, advertí que no se trataba de una reproducción literal de los acontecimientos de su vida, en tanto había una creación propia, una ficción, que conlleva además un disfrute y un montaje escénico. Y en la repetición, iban siendo posibles las modificaciones en los personajes y sus atributos, había margen para lo nuevo. Por otra parte, si pensáramos que los juegos son una traducción de la historia, podemos tener en cuenta también que “el que traduce, traiciona”.
En los primeros encuentros con Micaela, estuvo también presente la coordinadora del equipo, a quien se le ocurrió introducir un personaje en el juego que nos traería luego mucho trabajo.
Ese personaje es una loca. Una loca que nos asusta mucho con sus risas macabras y su pluma en la cabeza. Mica intenta defendernos de esa loca, pero está exaltada y no puede parar, amenaza a la loca con un cuchillo, le tira cosas, le grita. En esa lucha contra la loca nada pone orden. El juego se desborda, pierde su marco. No parece un juego. Parece quebrarse la ficción cuando irrumpe lo siniestro y se corren los mismos riesgos que el personaje del juego(1). Porque Micaela se asusta, y me aclara que se asusta de verdad.
En general Micaela convoca a la loca como niñera de sus hijos. Pero la loca hace locuras o maldades. Y sin embargo, Mica dice tenerle confianza y deja a los chicos bajo su cuidado (o descuido). Se suceden escenas violentas con la loca, que siempre sobrevive a los ataques y se escapa de la cárcel.
Cabe aclarar que la loca siempre soy yo. Y me encargo de llevar la pluma como signo que me identifica. Así, al menos, sabemos quién es la loca…
Su tío y sus abuelos se presentaron en las entrevistas como referentes importantes para los chicos, que han pasado situaciones de riesgo y desamparo cuando estaban con Karina, dicen. Hablan mucho acerca de las desgracias que la familia ha pasado por causa de Karina. “Ella empezó a delirar: fantaseaba con que sus padres la habían abandonado pero la andarían buscando, y alucinaba que veía al padre por el barrio… Karina siempre tuvo dudas sobre su origen, yo no”, dijo su hermano.
“Micaela no pregunta por su papá, y nosotros no le decimos nada. Mica tampoco pregunta por la mamá. A veces ni quiere hablar por teléfono con ella. Los chicos no hablan de la madre. En realidad, a veces Micaela sí habla, pero cierra las puertas para que nosotros no podamos oírla”.
La guarda que se les otorgó es para ellos una garantía de que ahora Karina ya no podrá reclamar a los chicos cuando le plazca(2). Y les parece una buena noticia que esté crónicamente internada porque así no la liberarán tan rápido.
Describen a Micaela con los mismos rasgos con los que califican a su madre: caprichosa, rebelde, peleadora, desafiante y manipuladora. Tan parecidas las ven, que suelen confundir sus nombres.
Tienen la tenaz idea de que los chicos pueden haber heredado la enfermedad de su madre. “Les hicimos estudios y no tienen HIV, pero la esquizofrenia no se detecta en un análisis de sangre”. Cualquier mínima señal que Micaela dé que se salga de lo esperado, es leída como amenaza de locura.
Dejé abierta la pregunta acerca de qué es lo que se transmite de una generación a la otra, qué brindan los padres a sus hijos, más allá de lo genético y de la enfermedad.
De todo el relato, lo que más me llamaba la atención es que no se escuchaba el dolor y que, sin mucho velo, Karina quedaba en el lugar del exceso, del resto caído y excluido. ¿Cómo podrá Micaela inscribirse en una genealogía, si está vedada la posibilidad de preguntar por su origen? ¿Y cómo ha quedado su madre inscripta en la historia familiar? ¿Cómo podrá Micaela hacerse un lugar en el Otro si se le pide que no se anote como heredera de su madre?
Y al mismo tiempo, hay que destacarlo, es cierto que los abuelos y el tío han funcionado de sostén para estos niños cuya madre ha mostrado dificultades para ejercer su función y que los han protegido en situaciones de riesgo. La apuesta sería trabajar también con ellos para intentar devolverles el enigma de lo que representa el síntoma de la niña, y que eso abriera alguna interrogación. El trabajo con ellos sería indispensable para recortar y dialectizar los significantes con que se la nombra, apuntando -como horizonte- a que se le pudieran ofrecer otros lugares posibles.
“Tengo miedo. La loca mató a mi mamá. Ahora vos me adoptabas”. Le propongo ir al juzgado para hacer los trámites, y Micaela dice: “Hagamos que el juez te daba este anillo y vos me lo dabas a mí. El anillo quiere decir que voy a ser tu hija para siempre y que no me vas a dejar sola”. Micaela, a partir de entonces, me pide y se pone el anillo al inicio de cada sesión, antes de empezar a jugar. Y me recuerda cada vez lo que ese anillo simboliza.
Comenzaron mis intentos de suavizar y matizar ese personaje de la loca, que si bien tomó una pregnancia marcada en el juego, no necesariamente era “el asunto del juego” ni estaba, en rigor, en el material que ella traía sino que había sido introducido como por la ventana. Entonces la loca era loca pero no mala, a veces podía proteger, y hacía locuras como a veces las hacemos todos.
Micaela decide adoptar a la loca. “Firmá este papel para pertenecer a la familia. Ahora vamos a ser hermanas. Aunque hagas cosas locas, vos me querías a mí. Además para mí vos cuidás bien a mis hijos, sos buena y yo te quiero”. (Pensé para mis adentros qué importante lo que acababa de escuchar: que una persona haga cosaslocas no es lo mismo que ser una loca; y el pertenecer a una familia y ser adoptado por el Otro funciona, cuando algo de la transmisión del amor se produce). Resulta que entonces somos hermanas, pero como yo estuve muy loca no me acuerdo de algunas cosas. Ella busca en la caja el memotest(3), y me va mostrando y comentando las fotos que permiten construir nuestra historia.
Fui ir a conocer a Karina al neuropsiquiátrico donde está internada. Con un pantalón sucio y agujereado, se acercó con pasos lentos, un poco por la medicación y otro poco por unas vendas que llevaba en los pies(4). Un panorama de descuido y deterioro que poco tiene que ver con la buena posición económica de la familia, pensé.
Me presenté haciendo hincapié en que quería conocerla porque ella es la mamá de los chicos y había sido ella quien los llevó a la consulta en el hospital. Lo primero que dijo, emocionada, es que extraña mucho a sus hijos, que nunca pasaron tanto tiempo separados. Contó que los llevó al hospital porque estaba preocupada por ellos. “Vieron y vivieron muchas cosas. Yo me cagaba a palos con mi pareja, me cortaba y me drogaba mucho. Todo eso seguro los afectó”.
No buscó quedar embarazada. Esteban nació con abstinencia, por todo el paco, poxiran y cocaína que consumió durante el embarazo. Durante el embarazo de Micaela, en cambio, decidió no consumir, y lo logró. Del padre de Micaela no puede decir nada porque no sabe quién es.
“Criarlos fue difícil. A veces me ponía nerviosa pero siempre quise hacerme cargo yo de mis hijos”. No pudo darles de mamar por el HIV pero se tomaron todos los cuidados necesarios en el parto. “Mis hijos son sanitos”.
Se le iluminó la cara cuando le pregunté cómo la describiría a Micaela. Dijo, sonriente, que tiene mucho carácter, que sabe conseguir lo que quiere, que se parece a ella porque las dos son muy expresivas.
Terminada mi rotación en aquel hospital de niños, propuse continuar en el hospital donde yo realizaba mi residencia. El pasaje costó porque fue un poco resistido por los abuelos, que aducían la lejanía de este hospital respecto de su casa. En las entrevistas que tuve con ellos, surgió que en realidad Karina no ha sido la única que tuvo dudas respecto de su origen. Sus padres adoptivos también se han preguntado por el origen de aquella niña: nacida en el año `76, dudaron si sería hija de desaparecidos. Desestiman esa duda con argumentos algo inconsistentes, pero lo incierto de ese origen, o más bien la sensación de ajenidad, persistió. Los padres adoptivos no han terminado de adoptarla nunca...
Los abuelos insisten en que Karina debe permanecer internada pues según dicen, “con nosotros no podría vivir, no lo aceptaríamos. Ya devolvimos el departamento donde vivía con los chicos y en casa no hay lugar para ella”. Tan sólo aceptan los permisos de salida que le otorgan a Karina un día a la semana. Sostienen que durante esos permisos, “los chicos le hacen caso a la madre, pero porque le tienen miedo... están identificados al agresor”...“Cuando la veo a Micaela, la veo a Karina; Micaela me saca”, dice su abuela.
Señalo el lugar imposible en que queda Mica en la familia: equiparada a su madre, nadie imagina para ella un destino diferente. Si calla, es inaccesible; si habla, es para dar lástima. Destaco el amor y la trasmisión que Karina pudo brindarle a sus hijos pese a sus dificultades, y la importancia de sostener ese vínculo. Interrogo la teoría que sostienen de lo hereditario de la enfermedad mental. Y les doy mi diagnóstico: Micaela NO es esquizofrénica.
“Nosotros no ponemos ninguna ficha en Karina. Lo vivimos como una agonía. Nació esquizofrénica porque lo trae en sus genes y morirá esquizofrénica. Si Karina no hubiese tenido hijos, la echábamos y que haga su vida, que se reviente todo lo que quiera...”.
Ninguna pregunta. Cero angustia. Ni la más mínima inquietud ante mis intervenciones. Todas las respuestas, imposibles de interrogar, poner en suspenso o equivocar. Escuchar sobre Karina un “mejor muerta” fue un punto de límite para mí, y fue el punto donde decidí que ya no tenía sentido seguir insistiendo con estos abuelos. Entonces apunté de lleno al trabajo con Micaela.
Mica saca las cartas y propone jugar “a la casita rob... a la casita”. Sobre la marcha inventa mil artilugios de lo más creativos, como para que yo nunca pueda robarle su casa.
Jugamos a la maestra. “Lo siento, no hay lugar en esta escuela para su hija”, me dice. Me muevo, insistente y perseverante, consigo una entrevista hasta con el ministro de educación y logro que se inscriba a mi hija en la escuela. “¿Cómo no va a haber lugar para un chico?”, digo(5) indignada.
Cuando alguna vez yo tenía la mala idea de que conversáramos de alguna cosa, Micaela miraba un punto fijo, inmóvil, en silencio. Alguna vez me dijo que prefería no hablar, que a ella le gustaba jugar conmigo.
Me pide que le lea el cuento de Cenicienta. Ella le inventa otro final: la madrastra roba una varita mágica, agranda el zapatito para que le entre a una de las hijas malas, que se casa así con el príncipe. También le hacen perder la memoria al príncipe, pero él después se acuerda de Cenicienta, y se casa con ella. “¡Ay, qué suerte! Se acuerda de su amor a Cenicienta aunque lo obligaran a olvidarse!”, concluyo.
Durante algunas sesiones nos dedicamos a vestir lindas a las barbies. Ella se jacta de que es la única en su familia experta en modas y peinados. Me cuenta que pudo convencer a su abuela de que no le cortara el pelo y me muestra su pelo largo, “que es como más le gusta a mi mamá”.
Un día resulta que yo estoy embarazada de gemelas. A una la he abandonado en el hospital al nacer. Ella me advierte que debo ir a buscar a mi hija porque se la va a llevar otro. Resulta que yo no me acordaba que había tenido dos hijas. Ella me explica que me lo olvidé porque tuve un problema muy grande en la cabeza. La vez siguiente estoy embarazada nuevamente. Me hace una ecografía y el bebé está muy flaquito. Me ofrece de comer... “salvo que quieras que el bebé se muera”. “¡No! ¡Yo quiero a mi hijo!” No obstante, en la siguiente ecografía resulta que son mellizos pero que uno de ellos está muerto adentro de mi panza. Me pongo muy triste y cuento todo lo que yo había soñado para mis dos hijos en el futuro.
Yo soy la mamá. Mi hija me dispara. Me desmayo y al despertar digo que me voy a buscar otra familia donde me quieran. Propone que vayamos a una oficina donde se adoptan mamás. Me muestra fotos de distintas madres que quieren adoptar hijos. Elijo una, pero ella me advierte que esa señora tiene ya cuatro hijos y no sabe si habrá lugar para una más. “¡Ah, no! Entonces buscaré otra familia donde sí haya lugar para mí”. Me ofrece entonces una familia que vive en una mansión, donde me reciben con regalos y globos.
Empieza a incluir personajes masculinos en el juego. Toda una novedad. Los hijos reclaman padres, y ella insta a los padres a hacerse cargo de sus hijos.
Me contrata como niñera y me da indicaciones precisas sobre cómo debo cuidar a cada uno de sus hijos, según sus gustos y necesidades.
Me cuenta que ve a su mamá pero que no puede entrar al hospital donde está porque... porque hay loquitos. “¡¿Mirá si un loco me toca y me contagia?!” “¿Qué? ¿Que la locura se contagia? ¡No! ¡No es así!” digo convencida. Me mira sorprendida. Después de un silencio dice: “yo extraño mucho a mi mamá”.
Con el final de mi residencia, llegaría el final del tratamiento. Con los abuelos hice dos entrevistas de cierre donde describí a Micaela tal como la considero: inteligente, sensible, divertida, decidida y muy valiente.
Cuando le conté a Mica que nos íbamos a ver unas veces más y después íbamos a terminar, me dijo que para ella iba a ser difícil porque se había amigado conmigo…
Mica me regaló el dibujo que hizo en la última sesión. “Es un barco. Llueve y hay sol a al vez, pero al final va a salir el sol. Le voy a dibujar un ancla. Esperá. Ya está. Está agarrado acá, ¿ves?”. Está bueno, porque si está agarrado a algo no está tan solo, le dije, y me gustó mucho trabajar con vos. “¡Claro! Si yo soy un amor... soy re tierna”. Y pensé ¡Ay! ¡Qué bueno que esté diciendo esto! Y le dije que sí, que claro, que ella es un amor.
Las despedidas tienen un no sé qué que duele un poco. Y entre nubes y soles pero con la ilusión de un futuro soleado, mientras la vi salir del consultorio con ese peinado que tanto le gusta a su mamá, deseé que a ella también le haya quedado, como a mí, una marca de la experiencia de nuestro encuentro.
(1) En “Personajes psicopáticos en el escenario”, Freud compara la representación dramática con el juego. Propone una analogía entre la posición del espectador de teatro y la del niño en sus juegos, puesto que, en ambos casos, se pueden vivir experiencias que no comportan riesgo en tanto se permanece en el marco de la ficción.
(2) Parece que no tienen en cuenta que se trata de una guarda transitoria..
(3) Juego que yo había empezado a incluir entre los juguetes, con la ingenua y vana esperanza de probar si alguna vez Micaela proponía jugar a los llamados juegos reglados. (Tipo de juegos que, según dicen, son los más elegidos por los denominados “niños latentes”)
(4) Los médicos me contaron que se había escarado durante el mes en que estuvo en clínica médica del hospital psiquiátrico donde permanece internada. Escaras que, sumadas al HIV, se complicaron.
(5) Con esta intervención resumo lo que fueron, en realidad, una serie de intervenciones que en las que planteaba una dirección: la de empezar a introducir un punto de inconsistencia en el Otro, el hacer caer la falta... en el Otro. Que alguien rechace a un niño, no lo vuelve rechazable. Algo fallido ha de haber en ese Otro.