Lic. Laura Monczor
* Trabajo presentado en la 2º Jornada del Equipo de Niños del Hospital
Álvarez: “La Infancia en los Márgenes” (2013).
Cuando
el Equipo toma la decisión de hacer estas segundas jornadas, es en función de
capitalizar mediante la escritura el trabajo que se viene haciendo con los
niños que recibimos en atención, padres, escuelas y otras
instituciones, y, además, transmitir una modalidad de trabajo posible en el
hospital.
Hemos notado, a lo largo de los últimos años una
diferencia en la demanda de padres, docentes, médicos, juzgados, que nos convoca a preguntarnos cuál es la intervención
adecuada en relación a situaciones que no
se relacionan estrictamente con nuestro
campo: se trata de situaciones en las que es necesario realizar interconsultas,
denuncias, asesoramiento a la institución consultante, previo incluso a evaluar si ese niño debe o no comenzar un
tratamiento.
Son consultas por chicos que viven situaciones marginales: niños maltratados,
abusados, abandonados por los adultos a
cargo, descuidados, devueltos por la familia adoptante (sea o no biológica), sin
amparo que los preserve de (los) riesgos.
Otros que en los tiempos de transitar la infancia en
pos de la constitución subjetiva, carecen del sostén del Otro.
También
aquellos por los que se nos solicita que se adapten, se callen, se normalicen,
en función de un Ideal que obnubila la diacronía de los tiempos de constitución
y la pregunta por el padecimiento.
En todos estos casos, no están dadas las condiciones
para que el niño transite tranquilamente, como dice Michel Silvestre (en Mañana el psicoanálisis), la neurosis en
la infancia.
Por esto,
titulamos a estas segundas jornadas
"La infancia en los márgenes". Es que a la hora de una consulta por
un niño, en el equipo del hospital, nos encontramos repetidamente, aunque no únicamente,
con presentaciones de niños en situaciones que extralimitan la infancia, o
bien, en un borde en el que la intervención psi apuesta a restituirlo a su
lugar de niño.
Hay que tener en cuenta que quien demanda en el
hospital, no lo hace buscando un análisis: viene a buscar una terapéutica,
cualquiera sea, que alivie al niño o al adulto que consulta por él.
Vienen porque algo no anda bien, se traba, en el niño, o no necesariamente en él, tal vez lo que no
funciona se sitúa del lado de los padres, de la escuela. A veces, simplemente
son derivados por un juzgado, y no tienen inquietud de consultar sino
obligación, muchas veces a riesgo de exponer al niño a una consulta innecesaria,
lo cual no es sin consecuencias.
En algunos
casos esperan del psicólogo del hospital, un veredicto, un testigo de sus propias
acusaciones, algo así como un juez, o la verdad cual detective. Pero cuando se
nos presentan lo primero que surge de nuestro lado como pregunta, es si el
pedido inicial, cualquiera sea, puede
convertirse, más allá del motivo de consulta, en la ocasión para un encuentro.
Siempre y cuando, despejemos que ese encuentro entre un niño y un analista, es
necesario. Si no, pasamos a formar parte de quienes acompañan un proceso en el
que nada pasa y el niño supuestamente se resiste, los padres se quejan o les
viene muy bien que todo siga igual. Tengamos en cuenta que el PSA no es
prevención, no es educación, no es una forma de vida espiritual. Tiene que
producir un cambio del lado del sujeto en el sentido de un encuentro con lo que
le es más singular.
Pero el aspecto que me interesa subrayar hoy, en
relación a la infancia, tiene que ver con que los niños que son traídos a la consulta,
vienen pre-interpretados (mal de todos desde que existe el PSA) y en muchos
casos pre-diagnosticados. ADD, bipolaridad, TGD, diagnósticos a los que con
facilidad accede cualquiera hoy día, incluso a través de internet, y que nada
nos dice acerca del niño y sus "circunstancias", más bien las
coordenadas en las que el niño está involucrado quedan al margen del
diagnóstico. O son representados, nombrados: es un monstruo, es incontrolable,
es un desastre, un delincuente, un perverso.
El año pasado salió un artículo en el diario Clarín,
el cual comenta que en el DSM 5, se incluirían como patológicos los berrinches
en los niños. Dice que “(05/12/12 – Clarín):
Nenes y nenas experimentan berrinches. Porque
quieren un juguete y no se lo compran. Porque no quieren comer cuando los
obligan. O simplemente se empacan, se enojan y no caminan. Si esas pataletas
infantiles se repiten más de tres veces por semana a lo largo de un año, ahora
se consideran parte del “trastorno de desregulación disruptiva del humor”,
según la nueva edición del emblemático manual. Esto es, los berrinches
repetidos son catalogados como “desórdenes” mentales. Un cambio conceptual que
es apoyado por algunos psiquiatras y ferozmente cuestionado por otros.
Este trastorno... incluye a los chicos que exhiben irritabilidad persistente y
tienen “episodios frecuentes de ataque de llanto tres días o más veces por
semana durante más de un año”. “El diagnóstico intenta tratar preocupaciones
sobre la posibilidad de sobrediagnóstico y sobretratamiento de desorden bipolar
en chicos”, aclaró la asociación a través de un comunicado.
Tengamos en cuenta que , una vez establecido en el DSM, no es fácil que no exista la consulta
por los berrinches.
Eric Laurent trabaja este tema en “La clínica
analítica hoy. El síntoma y el lazo social”, recordando que el síntoma para el
PSA es definido en sentido amplio como aquello que cojea, que no anda, que nos
muestra el empecinamiento de la clasificación diagnóstica para que nada quede
por fuera de lo definido como normal o patológico, haciéndose la línea que
separa uno de lo otro cada vez más desdibujada. Hay un abuso del diagnóstico
por el síndrome, que dejan a la experiencia clínica del uno por uno, y a la escucha del sujeto por fuera, al margen.
Si esto se redujese al ámbito del DSM y la farmacología no habría tamaño
problema. El problema surge cuando estos diagnósticos son utilizados por escuelas,
jueces, padres, etc.. Qué lugar para el niño que quiere ser escuchado con sus
manifestaciones discursivas, impulsivas, somáticas? Cuáles son las
consecuencias de la obturación de la escucha por la adjudicación de un título
para una enfermedad? Es posible reducir un síntoma a un trastorno?
La reducción de un síntoma o padecimiento a un
trastorno trae aparejado, entre otros problemas, la detención en el despliegue
discursivo. Es en este despliegue que la singularidad del sujeto se articula.
Si el niño es un enfermo, se lo responsabiliza por su trastorno, los padres y
escuela se lavan las manos, el trabajo se realiza con el trastornado, que asume
ese nombre y es desde ese momento un cuadro patológico, al servicio de la
adaptación o de la "normalización".
Si la inserción social, escolar, institucional, se
define por el criterio de normalidad que propone una normativa estrecha,
acotada, en la que el estallido de la pulsión, p. ej, quedan por fuera de lo
admisible, la posibilidad de un niño de manifestarse es casi nula. Pero no hay
que olvidarse (de) que el inconciente insiste y su acallamiento no es posible.
Es la presencia del Inconciente lo que puede entonces convertir a esa consulta
en un encuentro.
Me interesa
subrayar que en todas las situaciones de consulta en el hospital, quien
está dispuesto a recibir en atención a un niño en el hospital, está dispuesto
también a recibir a los padres, a la escuela, a interconsultar con servicio
social, pediatría, psicopedagogía, etc, sin temor a la cuestión de si eso forma
parte o no de la tarea de un psicoanalista. El equipo de niños trabaja con el niño, pero
no solamente. Más bien, trabaja PARA el niño articulando, por ejemplo, las instituciones en las que está inserto.
Dos ejemplos contrapuestos: en uno, la escuela nos
convoca a una reunión para comunicar que el niño va a ser excluido de la misma
porque no se puede sostener su permanencia en el aula: es marzo de 1º grado y J
tiene dificultades para permanecer dentro del aula: deambula por la escuela. J
ha sido traído a la consulta por su padre 20 días atrás, cuando el niño
manifestó que no quería comenzar primer grado. Se les pide tiempo para
trabajar, nosotros y la escuela misma. No se lo dan, no lo soportan, y J es
cambiado a una escuela de recuperación. Otra escuela llama porque el último día
de clases, se han enterado por una mamá del grado de A, que es paciente del
hospital, que A “abusó sexualmente” de otro niño del grado. La pregunta de la
escuela en este caso tenía que ver con que los abuelos que están a cargo de A,
planteaban que A era un perverso. La directora lo situaba en otro lugar, y
quería saber si nos parecía atinado seguir sosteniendo a A en la escuela ya que
había interés en trabajar con ambos niños involucrados en la situación , y si ese
acto se podía situar en alguna coordenada de la historia de A. La escuela es la
institución por excelencia que aloja a
los niños. Que estén dispuestos o no a trabajar con él, en sus circunstancias
particulares, como serán transmitidas y significadas las intervenciones,
tendrán sin duda efectos.
Incluso por épocas, y dependiendo de la
información que esté circulando en los
medios de comunicación masivos, la consulta pasa por el temor a que tal o cual
niño ejerza violencia, sea abusador o abusado, etc, (p.ej., si sale una noticia
de violencia en una escuela, probablemente aumente la derivación de niños
considerados potenciales criminales).
La demanda a la que se presta el profesional que
trabaja en el hospital, genera angustia, desconcierto, impotencia en muchos
casos. Porque si el ideal es la Salud Mental, el criterio de Salud como
universal se convierte por definición en un imposible. Entonces, es sano estar
en duelo? Es sano pelearse con los hermanos?
Es sano estar triste? Es posible alcanzar un estado de bienestar pleno?
etc.…….Después de leer el Malestar en la cultura, texto siempre vigente, es
posible que no le demos cabida al malestar en la vida cotidiana? Que respondamos al imperativo de la
felicidad?
Entonces, instalar un tiempo para pensar el porqué de
la consulta, quien la moviliza, quien la demanda, y si ese niño tiene o no que
acceder a un tratamiento, y si debe ser en ese momento, es nuestra
responsabilidad . Qué cuestiones son propiamente infantiles y qué cuestiones
son sintomáticas. Donde ubicar lo que no anda. Si no nos tomamos este tiempo
para pensar, tal vez seamos solidarios de la estigmatización, hagamos un como
sí de tratamiento con el niño, y por ende, lo dejemos también al margen.