Lic. Laura Monczor
Qué de la clínica tal como hoy se
presenta, me hace pregunta? En qué la clínica, por suerte, interroga ciertos
parámetros que parecían establecidos?
El psicoanálisis es una clínica de la
pregunta, una clínica que no aporta significación ni cierra el sentido. Al despliegue discursivo del niño, sea hablando,
sea jugando, sea dibujando,(siempre que se trate de discurso), no le
corresponde una interpretación lineal ni mucho menos impuesta, forzada: en
psicoanálisis, el hecho de estar advertido de los propios ideales posibilita el
poder escuchar al sujeto. ¿Con qué
derecho podríamos nosotros decir p. ej. que un padre es bueno o malo para ese
hijo?
Y dado que el psicoanálisis trabaja
con el sujeto que se estructura en relación al Otro, los cambios y
modificaciones de la historia, cambios en la conformación familiar, saberes
fundantes del PSA que ahora forman parte del saber universal, como el Complejo
de Edipo, avances en la ciencia, auge de la tecnología, provocan también
cambios en la posición del sujeto y por ende en re pensar continuamente la
clínica. Lo que permanece es el sujeto y su relación con el deseo, lo cual hace
posible nuestra intervención.
La pregunta es, ¿cómo abrir las
versiones? ¿cómo no obturar con la significación? Si el niño viene, en el mejor
de los casos para el psicoanalista, posición sintomática de respuesta a la
conflictiva parental, como hacer de esa respuesta sintomática una pregunta?
Me refiero a que los relatos pueden
tener más de una versión, y esto que parece el ABC del psicoanálisis, a veces
sin embargo queda absolutamente fijado a una significación incluso
psicoanalítica.
El modo de responder de un niño a la pregunta
por el qué quiere mi madre, que es el modo que toma la pregunta por el deseo del Otro en la
infancia , está articulado a sus tiempos de subjetivación, a los recursos
simbólicos con los que cuente, a como fue
alojado en el deseo del otro. Si el niño ha quedado capturado en el goce
de la madre, no tiene como objeto de ese goce ninguna pregunta: habrá que
comenzar a trabajar en pos de los tiempos de constitución subjetiva.
Muchas de las veces que recibimos un
niño, la mostración de lo real es tan obscena, que el trabajo de velar lo real,
es fundante de ese análisis. Siempre y cuando se haya logrado primero que el
niño sustraiga el cuerpo de esa escena. Entonces, la primer pregunta con la que
nos enfrentamos es como está respondiendo el niño con su cuerpo, a ser
respuesta del fantasma materno, o del goce del otro, o de la angustia de los
padres.
Dado que la transferencia es lo que
sostiene el campo de nuestra posible intervención, transferencia del niño y
transferencia de los padres, su instalación es condición para que el
dispositivo funcione, sin hacer de ello una herramienta de sugestión, y sin
creer que el analista no es parte de la misma. En la escena analítica, el
analista pinta el cuadro y es un elemento para el análisis de un niño. Me
interesa situar al analista como un recurso para que la “cosa funcione”.
Entonces, no somos espectadores de un
proceso que se desarrolla solo (padres que dicen cambió porque creció), ni
somos más que un recurso, una herramienta con la que el niño cuenta para salir
ese momento de detenimiento de su neurosis. El análisis con niños es una vía
para destrabar, descongelar algo que quedó coagulado, para facilitar el acceso
del niño al juego, orientar a los padres.
Me consultan por Matías (5 años) un
niño que ha sido adoptado por una pareja hacía 2 años, junto con su hermano de
4 años. La consulta es porque Mati tiene conductas abusivas con su hermano (le
toca la cola, se le acuesta arriba…). Los padres lo quieren devolver: creen que
puede haber sufrido lo mismo en el Hogar donde estaban antes, o que puede ser
una cuestión genética. Sin embargo, el amor que sienten por el hermanito, y el
hecho de que son profundamente cristianos, los trae a la consulta. Decido, dada
la seriedad de la situación, tener semanalmente entrevistas con los padres y
con Mati.
Mati está desatado: no sostiene
ningún juego, corre y se trepa por el consultorio, habla groseramente. Lo que
recorto es que a la madre adoptiva no le dice mamá: la llama por su nombre.
Está sumamente enojado con ella.
Paralelamente sostengo las
entrevistas con los padres: relatan su historia, la conformación de sus
familias. Le propongo a la madre pensar en su rechazo a Mati, y me dice que es
un abusador sexual.(¡!!). Cuando al fin puede contar que ella había sido
abusada por su padre en su infancia, que recién en la juventud logró increpar a
su madre y a su hermano, logramos situar la otra versión, la más alentadora
para Mati: ese era su modo de hacerse hijo de esta madre a la vez que era lo
que producía su rechazo.(entrar en la díada abusados-abusadores). Ubicar el
tema del abuso del lado de la madre fue muy tranquilizador: empezó a esperar a
otro Mati, ya no iba a controlar a cada rato que estuviese toqueteando al hermano. El efecto
en Mati fue notorio: empezó a escribir su nombre y apellido apenas tuvieron la
adopción plena, a su mamá le dice mamá y con las cosas en su lugar, empezó su
primer grado sin grandes dificultades.
Lo que me interesa es el hecho de que
dar lugar a otra versión permitió que esta mamá haga de Mati un hijo no
rechazado.
La pregunta es elemental: se trata de
recordar que se trata de significantes y no de significados. Sin embargo, es
esta la función de un analista pero el abrochamiento de sentido es también una
respuesta del sujeto. Por eso al ser humano le vienen tan bien las respuestas que
otorgan un sesgo científico a lo que le está pasando y que son cuestiones que
tenemos que incluir en la consulta. Aparece, en nuestra clínica, la poca
tolerancia a los tiempos y procesos propios de lo infantil: el acoso insistente
de la pulsión, el acomodamiento a las situaciones nuevas, la angustia, etc. A
este apuro por la “normalización”, la intolerancia al ruido de los procesos de
ciertos niños, responde la medicalización y el sobrediagnóstico, que es una
situación cada vez más frecuente en la clínica. El único resultado claro que ha
generado la psiquiatrización de lo
propiamente infantil es que los adultos se laven las manos, se
desresponsabilicen, de lo que al niño le ocurre. El peligro del sobrediagnóstico es que opera de modo opuesto al que pretende
el PSA: la palabra queda reducida a un mensaje cifrado, el síntoma pasa a ser
signo, y el nombre de la enfermedad, síndrome o cuadro otorga consistencia de
ser al sujeto, pero congela el despliegue discursivo y por lo tanto el deseo.
No repetiremos las coordenadas por
las cuales el infans depende del Otro para su subsistencia, pero para trabajar
en relación al niño, es algo que no vamos a perder de vista. Este Otro es vital
en relación a los cuidados, pero es vital también en función de la constitución
del SUJETO.
Este niño, está inserto en una
familia, cuya función se ha ido modificando en torno al cambio de época, así
como se han ido modificando también las presentaciones en torno de un niño que
es traído a la consulta. Que un niño tenga o no efectivamente familia, no
cambia las cosas en relación a la presencia de la familia, así sea por la
ausencia (me refiero p. ej. a los niños que viven en un Hogar), porque el
concepto de familia, si bien se ha modificado, sigue teniendo una fuerte
presencia.
En la misma línea, la protección de los derechos de los niños es
muchas veces el rescate de un niño maltratado, usado como objeto de goce.
Estas cuestiones se manifiestan
conjuntamente con el hecho que Laurent plantea en relación a un cambio generado
por la sociedad de consumo que genera la extensión de lo que él llama
patologías de las acciones, a diferencia de hace 40 años atrás, que aparecían
con más frecuencia las patologías derivadas de la prohibición. Dice que la
figura del padre fue trastocada, y que hoy el padre se carga la culpa de prohibir.
Hay una desautorización de la prohibición y también una desatención sobre la
prohibición. Plantea que el alejamiento del otro deja al sujeto cada vez más
sumido en el autoerotismo. Y quienes encarnan para el niño el Otro, también
están desorientados…padres, escuela, etc.
Ahora, los niños que nos llegan presentan síntomas, inhibiciones, angustias, fobias, impulsividad, y esto forma parte de las consultas cotidianas.
El análisis con niños sigue siendo un
recurso para destrabar, descongelar algo que quedó coagulado, para facilitar el
acceso del niño al juego, trabajar con los padres siempre y cuando podamos
escuchar a ese niño en su entramado particular que hace que sea ese niño y no
otro.
Ahora, no todo padecimiento en el
niño se sitúa a nivel del síntoma. La infancia es el tiempo del cuerpo, tiempo
en que la pulsión se presenta excesiva, traumática. Lo pulsional requiere por
parte del niño un gran trabajo psíquico: la insistencia de la pulsión implica
desorganización y angustia. La tensión agresiva, la excitación y la ebullición
pulsional crean un desorden excesivo, que se va ordenando, apaciguando mediante
la palabra, enlazándose a un discurso. Es el despliegue de la palabra lo que
articula la pulsión a significantes, enlace apaciguador. A los niños es
necesario prestarles palabras ya que “lo conciente no ha adquirido aún todos
sus caracteres, todavía se halla en pleno desarrollo” (Freud).
Entonces, recibimos niños con un
sufrimiento que no habla, que no llega a ser síntoma. Otros con perturbaciones
graves, imposibilitados de jugar porque la ficción creada por el acceso al
lenguaje les es inaccesible, y que por lo tanto la palabra que frena la
intensidad de la pulsión hay que construirla.
Por ese acceso paulatino a lo
simbólico, en un primer momento, previo a lo que Freud llamó período de
latencia, los síntomas en los niños se presentan con más frecuencia en relación
al cuerpo. En ese momento, pensar el síntoma como una formación sustitutiva se
reduce, dado el escaso número de significantes con los que el niño cuenta, por
lo que la angustia tiende a enmarcarse como padecimiento corporal.
Caroline Eliashev se pregunta de qué
se trata en un análisis y dice que de asegurar al sujeto un lugar en el deseo:
a través de la palabra bordear un Real para no quedar atrapado en él y poner un
velo a la intrusión del otro.