PREGUNTAS A LA CLÍNICA*

* Clase dictada en el curso de Postgrado 2011 de Clinica Analitica con niños y Adolescentes, en el Hospital Alvarez.
Lic. Laura Monczor


Qué de la clínica tal como hoy se presenta, me hace pregunta? En qué la clínica, por suerte, interroga ciertos parámetros que parecían establecidos?

 El psicoanálisis es una clínica de la pregunta, una clínica que no aporta significación ni cierra el sentido. Al  despliegue discursivo del niño, sea hablando, sea jugando, sea dibujando,(siempre que se trate de discurso), no le corresponde una interpretación lineal ni mucho menos impuesta, forzada: en psicoanálisis, el hecho de estar advertido de los propios ideales posibilita el  poder escuchar al sujeto. ¿Con qué derecho podríamos nosotros decir p. ej. que un padre es bueno o malo para ese hijo?

Y dado que el psicoanálisis trabaja con el sujeto que se estructura en relación al Otro, los cambios y modificaciones de la historia, cambios en la conformación familiar, saberes fundantes del PSA que ahora forman parte del saber universal, como el Complejo de Edipo, avances en la ciencia, auge de la tecnología, provocan también cambios en la posición del sujeto y por ende en re pensar continuamente la clínica. Lo que permanece es el sujeto y su relación con el deseo, lo cual hace posible nuestra intervención.

La pregunta es, ¿cómo abrir las versiones? ¿cómo no obturar con la significación? Si el niño viene, en el mejor de los casos para el psicoanalista, posición sintomática de respuesta a la conflictiva parental, como hacer de esa respuesta sintomática una pregunta?

Me refiero a que los relatos pueden tener más de una versión, y esto que parece el ABC del psicoanálisis, a veces sin embargo queda absolutamente fijado a una significación incluso psicoanalítica.

 El modo de responder de un niño a la pregunta por el qué quiere mi madre, que es el modo que toma  la pregunta por el deseo del Otro en la infancia , está articulado a sus tiempos de subjetivación, a los recursos simbólicos con los que cuente, a como fue  alojado en el deseo del otro. Si el niño ha quedado capturado en el goce de la madre, no tiene como objeto de ese goce ninguna pregunta: habrá que comenzar a trabajar en pos de los tiempos de constitución subjetiva.

Muchas de las veces que recibimos un niño, la mostración de lo real es tan obscena, que el trabajo de velar lo real, es fundante de ese análisis. Siempre y cuando se haya logrado primero que el niño sustraiga el cuerpo de esa escena. Entonces, la primer pregunta con la que nos enfrentamos es como está respondiendo el niño con su cuerpo, a ser respuesta del fantasma materno, o del goce del otro, o de la angustia de los padres.

Dado que la transferencia es lo que sostiene el campo de nuestra posible intervención, transferencia del niño y transferencia de los padres, su instalación es condición para que el dispositivo funcione, sin hacer de ello una herramienta de sugestión, y sin creer que el analista no es parte de la misma. En la escena analítica, el analista pinta el cuadro y es un elemento para el análisis de un niño. Me interesa situar al analista como un recurso para que la “cosa funcione”.

Entonces, no somos espectadores de un proceso que se desarrolla solo (padres que dicen cambió porque creció), ni somos más que un recurso, una herramienta con la que el niño cuenta para salir ese momento de detenimiento de su neurosis. El análisis con niños es una vía para destrabar, descongelar algo que quedó coagulado, para facilitar el acceso del niño al juego, orientar a los padres.

Me consultan por Matías (5 años) un niño que ha sido adoptado por una pareja hacía 2 años, junto con su hermano de 4 años. La consulta es porque Mati tiene conductas abusivas con su hermano (le toca la cola, se le acuesta arriba…). Los padres lo quieren devolver: creen que puede haber sufrido lo mismo en el Hogar donde estaban antes, o que puede ser una cuestión genética. Sin embargo, el amor que sienten por el hermanito, y el hecho de que son profundamente cristianos, los trae a la consulta. Decido, dada la seriedad de la situación, tener semanalmente entrevistas con los padres y con Mati.

Mati está desatado: no sostiene ningún juego, corre y se trepa por el consultorio, habla groseramente. Lo que recorto es que a la madre adoptiva no le dice mamá: la llama por su nombre. Está sumamente enojado con ella.

Paralelamente sostengo las entrevistas con los padres: relatan su historia, la conformación de sus familias. Le propongo a la madre pensar en su rechazo a Mati, y me dice que es un abusador sexual.(¡!!). Cuando al fin puede contar que ella había sido abusada por su padre en su infancia, que recién en la juventud logró increpar a su madre y a su hermano, logramos situar la otra versión, la más alentadora para Mati: ese era su modo de hacerse hijo de esta madre a la vez que era lo que producía su rechazo.(entrar en la díada abusados-abusadores). Ubicar el tema del abuso del lado de la madre fue muy tranquilizador: empezó a esperar a otro Mati, ya no iba a controlar a cada rato que  estuviese toqueteando al hermano. El efecto en Mati fue notorio: empezó a escribir su nombre y apellido apenas tuvieron la adopción plena, a su mamá le dice mamá y con las cosas en su lugar, empezó su primer grado sin grandes dificultades.

Lo que me interesa es el hecho de que dar lugar a otra versión permitió que esta mamá haga de Mati un hijo no rechazado.

La pregunta es elemental: se trata de recordar que se trata de significantes y no de significados. Sin embargo, es esta la función de un analista pero el abrochamiento de sentido es también una respuesta del sujeto. Por eso al ser humano le vienen tan bien las respuestas que otorgan un sesgo científico a lo que le está pasando y que son cuestiones que tenemos que incluir en la consulta. Aparece, en nuestra clínica, la poca tolerancia a los tiempos y procesos propios de lo infantil: el acoso insistente de la pulsión, el acomodamiento a las situaciones nuevas, la angustia, etc. A este apuro por la “normalización”, la intolerancia al ruido de los procesos de ciertos niños, responde la medicalización y el sobrediagnóstico, que es una situación cada vez más frecuente en la clínica. El único resultado claro que ha generado la psiquiatrización  de lo propiamente infantil es que los adultos se laven las manos, se desresponsabilicen, de lo que al niño le ocurre.  El peligro del sobrediagnóstico  es que opera de modo opuesto al que pretende el PSA: la palabra queda reducida a un mensaje cifrado, el síntoma pasa a ser signo, y el nombre de la enfermedad, síndrome o cuadro otorga consistencia de ser al sujeto, pero congela el despliegue discursivo y por lo tanto el deseo.

No repetiremos las coordenadas por las cuales el infans depende del Otro para su subsistencia, pero para trabajar en relación al niño, es algo que no vamos a perder de vista. Este Otro es vital en relación a los cuidados, pero es vital también en función de la constitución del SUJETO.

Este niño, está inserto en una familia, cuya función se ha ido modificando en torno al cambio de época, así como se han ido modificando también las presentaciones en torno de un niño que es traído a la consulta. Que un niño tenga o no efectivamente familia, no cambia las cosas en relación a la presencia de la familia, así sea por la ausencia (me refiero p. ej. a los niños que viven en un Hogar), porque el concepto de familia, si bien se ha modificado, sigue teniendo una fuerte presencia.

En la misma línea,  la protección de los derechos de los niños es muchas veces el rescate de un niño maltratado, usado como objeto de goce.

Estas cuestiones se manifiestan conjuntamente con el hecho que Laurent plantea en relación a un cambio generado por la sociedad de consumo que genera la extensión de lo que él llama patologías de las acciones, a diferencia de hace 40 años atrás, que aparecían con más frecuencia las patologías derivadas de la prohibición. Dice que la figura del padre fue trastocada, y que hoy el padre se carga la culpa de prohibir. Hay una desautorización de la prohibición y también una desatención sobre la prohibición. Plantea que el alejamiento del otro deja al sujeto cada vez más sumido en el autoerotismo. Y quienes encarnan para el niño el Otro, también están desorientados…padres, escuela, etc.


Ahora, los niños que nos llegan presentan  síntomas, inhibiciones, angustias, fobias, impulsividad, y esto forma parte de las consultas cotidianas.


El análisis con niños sigue siendo un recurso para destrabar, descongelar algo que quedó coagulado, para facilitar el acceso del niño al juego, trabajar con los padres siempre y cuando podamos escuchar a ese niño en su entramado particular que hace que sea ese niño y no otro.

Ahora, no todo padecimiento en el niño se sitúa a nivel del síntoma. La infancia es el tiempo del cuerpo, tiempo en que la pulsión se presenta excesiva, traumática. Lo pulsional requiere por parte del niño un gran trabajo psíquico: la insistencia de la pulsión implica desorganización y angustia. La tensión agresiva, la excitación y la ebullición pulsional crean un desorden excesivo, que se va ordenando, apaciguando mediante la palabra, enlazándose a un discurso. Es el despliegue de la palabra lo que articula la pulsión a significantes, enlace apaciguador. A los niños es necesario prestarles palabras ya que “lo conciente no ha adquirido aún todos sus caracteres, todavía se halla en pleno desarrollo” (Freud).

Entonces, recibimos niños con un sufrimiento que no habla, que no llega a ser síntoma. Otros con perturbaciones graves, imposibilitados de jugar porque la ficción creada por el acceso al lenguaje les es inaccesible, y que por lo tanto la palabra que frena la intensidad de la pulsión hay que construirla.

Por ese acceso paulatino a lo simbólico, en un primer momento, previo a lo que Freud llamó período de latencia, los síntomas en los niños se presentan con más frecuencia en relación al cuerpo. En ese momento, pensar el síntoma como una formación sustitutiva se reduce, dado el escaso número de significantes con los que el niño cuenta, por lo que la angustia tiende a enmarcarse como padecimiento corporal.

Caroline Eliashev se pregunta de qué se trata en un análisis y dice que de asegurar al sujeto un lugar en el deseo: a través de la palabra bordear un Real para no quedar atrapado en él y poner un velo a la intrusión del otro.