UNA ADOPCIÓN QUE NO SEA ANÓNIMA*

*Trabajo presentado en la 1º Jornada del Equipo de Niños del Hospital Alvarez: “La clínica hospitalaria, obstáculos e invenciones” (2011)

Lic. Inés Arjovsky

María es derivada al Equipo de Niños del Hospital a través de un Juzgado. Se hace la admisión a la Directora del Hogar donde la niña transcurría sus días. Vivía en dicho hogar desde los tres años a raíz de que el Juzgado había sacado la tenencia a los padres y otorgado la guarda a la abuela paterna. Una serie de episodios de violencia determinaron que el Juzgado evaluara que la niña permaneciera en el Hogar. La Directora refiere en esa ocasión que un año antes se había iniciado un proceso de adopción que duró seis meses porque la pareja adoptante no la acepta, motivo por el cual, la niña reingresa nuevamente a dicha Institución. El azar hizo que durante las entrevistas de Admisión surgiera la posibilidad de una vinculación con una nueva familia compuesta por un matrimonio y un hijo biológico de 13 años.

La descripción de la Directora respecto de María es muy contundente: "accesos de rabia, se encerraba a ella y a los demás niños". "Si María decide hacer algo, -dice-, es difícil pararla", "no registra si pierde los útiles". Sin embargo, añade una buena para María: "Es muy cariñosa y quiere tener mamá y papá."

Decido entrevistar a los padres antes de ver a la niña. Ambos comentan que en este breve tiempo de convivencia presenta muchos cambios. Refieren que pone a prueba a cada rato sus límites: "hace berrinches, grita, toma actitudes autoritarias". Frente a ello, los padres le dicen: "Hablando, nos vamos a entender mejor". Respecto de la escuela, refieren que María presta más atención en clase y se queda en el aula. Señalan, a su vez, que la niña reconoce cuando no sabe o desconoce algo.

En la primera entrevista, María me abraza. Cuando vamos a buscar los juegos se quiere llevar todo. Agarra distintos elementos y los deja. No puede armar una escena de juego ni representar personajes.

Las siguientes entrevistas con la niña transcurren de ese modo. Prende y apagar el ventilador del consultorio. Arma escenas familiares donde se alimenta a muñecos y les dice: "No muestren sus partes íntimas". En una oportunidad, encuentra los palitos chinos y dice: "te voy a curar, hay algo mal, te voy a dar una vacuna". Representa una escena de mucha violencia ya que intenta clavar mi brazo como si se tratara de una jeringa. No quiere irse cuando finaliza la sesión, como si tratara de prolongar ese encuentro, marcado por un desborde pulsional.

En una sesión, observa en el armario de juegos las témperas y dice: "Falta el pincel". De pronto agarra el teléfono y, con tono amenazante, dice: "Voy a llamar a tu mamá", "se porta mal, no sé qué hacer." Después imitando a una maestra expresa: "te callás, te quedás ahí." Me hace participar de la escena pero solo como espectadora pasiva. Por momentos, sentía la dificultad de producir un corte a tamaño despliegue. Cuando indico que su sesión terminó, manifiesta: "Me tenés que escuchar, entender todas las partes, que me porto mal, que me porto bien". No quiere irse. Intervengo diciendo que voy a ordenar los juguetes y llamo a la madre. Su madre ingresa al consultorio y dice: "¿Nos vamos?". María se va enojada.

La sesión siguiente pregunta: "¿Trajiste el pincel?". Despliego varios pinceles en la mesa. Explico nuevamente el encuadre, le digo que dura un tiempo y que en ese tiempo podemos hacer varias cosas. Le propongo escribir en un papel lo que vamos a hacer en la sesión y luego lo firmamos. Ese día elige dibujar con temperas y utilizar un pincel. Pregunta en varias oportunidades: "¿Me estoy portando bien?". Le afirmo que sí.

Se inicia una serie de entrevistas en las cuales ella se manifiesta interesada en armar el "acta" de lo que vamos a hacer, una manera muy singular de regular en el tratamiento su conducta. Un ejemplo: "Viste, hoy no ensucié tanto". Insiste con la pregunta "¿Cómo me estoy portando? En esta ocasión la sorprendo: "¿Vos qué pensás? y ella contesta: "Me porté bien".

Por otro lado, los padres manifiestan que María "está más tranquila y relajada durante más tiempo del día" y notan que se preocupa por su comportamiento. Interroga al padre: "¿Vos me retás, pero me querés, no?".

María comienza a jugar, me incluye en las escenas familiares que comienza a armar, en las que siempre hay alguien que cuida a otro. También elige jugar a juegos reglados. En una ocasión relata un sueño y dice: El sueño me puso mal: "Íbamos en un colectivo con mi mamá y ella quedó abajo y no subió". Su madre solicita una entrevista. En la misma ambos me informan que a María le está yendo bien en este primer grado: escribe, establece secuencias temporales. Han tomado la determinación,- remarco- la decisión, en una muestra clara de autoridad respecto de su hija, de hacer que continúe su terapia en forma privada, y ya no en el Hospital, porque prefieren no cambiarle el ritmo escolar, ya que el tratamiento en el Hospital implicaba retirarla y volver a llevarla, y esto, según ellos, alteraba a la niña. A su vez, relatan que María les preguntó si va a ser adoptada por ellos.

Del no lugar a un deseo no anónimo

Se podría pensar que en este caso se produce un doble movimiento al inicio del tratamiento: el encuentro con un analista al mismo tiempo que se inicia el proceso de adopción de estos padres. Fue una elección desde el comienzo nombrarlos así: una apuesta a que esta niña no ingresara nuevamente en la serie anterior del desalojo y el no lo lugar en el deseo del Otro. Aparecía desde un primer momento en las entrevistas con estos padres, cierta tranquilidad al pensar que serían ellos quienes estarían al cuidado de María. Algo de su posición incluía siempre un alojar a la niña.


Cabe preguntarse entonces: ¿Qué lugar para un analista allí? Qué función tuvo en el tratamiento? Qué habilitó la transferencia en este caso?

Al comienzo del tratamiento, María no jugaba, representaba escenas de violencia en donde era difícil poner un corte, era puro desborde pulsional. No había posibilidad de poner un límite a ese exceso que la domeñaba. En las escenas que representaba no parecía dirigirse a un Otro. Se presentificaba la no operatoria de la función del Otro. En este sentido, se podría inferir que la función paterna, que anuda deseo y pulsión, estaba detenida y por esto la escena no estaba velada y se producía la emergencia de lo pulsional en forma desregulada.

Cabría esbozar una respuesta: el encuentro de María con un analista posibilitó la operación de la función del Otro, necesaria lógicamente para la constitución subjetiva. Insiste la pregunta entonces: ¿Cómo vía la transferencia se encarna dicha función?, ¿Qué vehiculiza en los padres?

Lacan nos enseña de "…la importancia que tuvo para un sujeto, vale decir, aquello que en ese entonces no era absolutamente nada, la manera en que fue deseado (…) Dice: "Incluso un niño no deseado (…) puede ser mejor acogido más tarde. Esto no impide que algo conserve la marca del hecho de que el deseo no existía antes de cierta fecha."

Podemos pensar que lo que insiste al comienzo en este caso, es un no lugar en el deseo del Otro. Sin embargo, habría una mejor acogida más tarde en el doble movimiento que mencioné anteriormente: el de los padres adoptantes y en el encuentro con un analista. Si bien el deseo interviene encarnado en la figura de estos padres, es desde el lugar del analista en que éste parece sostenerse y operar. Pienso que al convocar a la madre, se habilita su función y opera, produciendo ella un límite al desborde. Es a partir de esta escena que María comienza a preguntarse por su comportamiento y a producirse un marco en la escena del tratamiento. El "acta" de la sesión también reflejaría un lugar deseante para esta niña, dando un marco simbólico a la escena, como así también, posibilitando la pregunta por el lugar de ella en el deseo del Otro. Cuando pregunta: ¿Me porté bien? se dirige a un Otro que aloja y afirma un lugar. Fue necesario ese movimiento para que en un segundo tiempo, sea ella quien pueda implicarse como objeto causando el deseo del Otro. Es desde ahí que se dirige a sus padres, preguntando si será adoptada.

En efecto, se puede pensar que es el analista ubicado en un lugar tercero el que propicia una mediación entre la niña y sus padres, vehiculizando que sean ellos los que se autorizan al final a tomar las "mejores" decisiones sobre su hija.

Para concluir, si la constitución subjetiva implica la relación con un deseo que no sea anónimo, y éste se juega en la escena transferencial en acto, la apuesta, en este caso, fue a que la adopción estuviese sostenida en ese deseo particularizado.

Bibliografía mencionada:

Lacan, J., "Conferencia en Ginebra sobre el Síntoma", en Intervenciones y Textos II, Manantial, 2001, pp 124.