ACERCA DE ALGUNOS DISPOSITIVOS TRAUMÁTICOS*

*Trabajo presentado en el Curso de actualización en psicopatología, Hospital Evita, San Martin, Prov. de Bs. As. (2009)


Dra. Sara Wajnsztejn
                                                                     

La teoría del trauma en Freud, tiene,  en líneas generales, dos momentos:

1º) Posee características más intimistas y está basado en hipótesis tomadas de la histeria básicamente.
2º) Tiene como finalidad responder a los traumas de la guerra de los años 14.

Ya desde la histeria la oposición trauma/ fantasía no se verifica. No hay una elección entre trauma y fantasía, tampoco se trata de que si hay una fantasía, entonces no hubo ningún acontecimiento del mundo, o a la inversa.

La cuestión está ligada a la contingencia de un encuentro. Para el psicoanálisis el acontecimiento no tiene que ser necesariamente terrible para ser traumático. El trauma psicoanalítico a diferencia del médico, no se refiere a la violencia del acontecimiento; el factor que Freud subraya es la sorpresa. 

Lo traumático del acontecimiento está ligado a la sorpresa de que eso ocurra.
No es posible entonces pensar el trauma como un hecho exterior, en el cual alguien no estaría implicado. Está afectada la imagen que se tiene de sí, así como cierto equilibrio libidinal, económico, es decir: siempre hay implicación subjetiva.

¿Qué quiere decir traumático en psicoanálisis?

Es la sorpresa del encuentro de algo particular con un acontecimiento. Freud siempre operó con la idea de un mal encuentro entre ambas cosas.

Lacan en el Seminario I, habla de lo ligado y lo desligado, para referirse a lo que Freud llamaba núcleo patógeno. 

En el Seminario VIII, el trauma es descripto como un acontecimiento que no ha podido ser articulado en un mito, es importante que aclaremos que se refiere a mito cuando habla de la novela familiar freudiana. 

En el Seminario IX, dirá: “El trauma es sin motivación”, no hay motivación sino repetición, lo enigmático es por qué determinada cuestión retorna.

¿Por qué un acontecimiento se repite? En este sentido aparece una oposición entre repetición y motivación, aclarando que no se trata de una repetición significante, sino de algo que al irrumpir rompe dicha organización. Algo que desapareció de una historia reaparece en un momento, pero sin que se sepa, qué lugar tiene en una serie.

Así como Freud, Lacan ubica la idea de trauma en relación a lo real, vale decir en términos de tópica económica, ese real que viene al lugar de una energética.

El "destino" freudiano no es de la categoría de la especie sino que se entreteje entre el orden   del deseo y el de aquello que adviene persistentemente como forma privilegiada de lo accidental traumático.
Su enseñanza tematiza el problema de la repetición insoslayable y el destino "escrito" con el  que se tropieza azarosamente.

Lo que se repite siempre es aquello que se produce como el azar, ahí la tyché; ese mal encuentro con lo real que se recoge como azaroso. Lo real es eso que yace siempre detrás del authomaton.

La tyché, lo real como tropiezo es esencialmente un encuentro fallido que sume al sujeto en una impotente pasividad ante "la fuerza del destino". Se trata, entonces de cómo la mera casualidad adviene, bajo ciertas circunstancias en un  férreo y obstinado poder inamovible.

Pasividad que implica una respuesta respecto del lugar que le cabe al sujeto en su relación con el Otro. 

Freud, en "Lo siniestro" resalta el carácter demoníaco de la repetición, detectable cuando ésta se produce en nimiedades que dejan de serlo por su compulsiva reiteración.

La angustia no es "ante lo desconocido" sino ante lo inevitable del fallido encuentro  con lo conocido.  Dice Lacan: "Lo real  es lo que vuelve siempre al mismo lugar".

Plantear el trauma como real, como agujero traumático, implica la imposibilidad de hablar del mismo, lo real no se deja adormecer por una conversación, sino que hace hablar, ordena el discurso.

E. Laurent, en un artículo que se llama  “Hijos del trauma” describe  de qué manera al extenderse la noción de síndrome post traumático, en el DSM IV, la palabra trauma se dirá cada vez más, en todas las lenguas: estrés.
 Su tesis consiste en que el trauma se ha generalizado y la psiquiatría lo trata como un disturbio. Si no se quiere entrar en la problemática de la causa, se generaliza esta noción y se opera con esta como si sólo le preocupara el efecto.

En otros términos, se describe más de lo que se explica. “La ciencia, en tanto descripción programada de cada unos de nosotros (desde la programación genética hasta la programación del entorno, pasando por el cálculo cada vez más preciso de los riesgos posibles) hace existir una causalidad programada”.

Tenemos entonces una programación y lo que escapa a dicha programación, el trauma. Esto propicia una ideología del perjuicio y su correlato, la asistencia. Cada vez más personas se vuelven seres que han sido perjudicados, situación que requiere de una serie de especialistas para asistirlos: terapeutas, abogados, médicos, acompañantes terapéuticos, equipos especializados, etc.

La figura moderna, describe Laurent, el ciudadano paradójico, no es el ciudadano libre, feliz y consumista, sino el perjudicado. Podemos hacer sociedades y crear figuras genéricas, del segregado o del perjudicado, podríamos hacer una lista infinita que reúna a quienes tienen de qué quejarse, sin que nunca se llegue a saber, en forma explícita, de qué manera están implicados en esa queja.

Volvamos a Freud para poder pensar esto, él ubica primero el trauma, después pasa al fantasma, pero luego dirá que el fantasma es traumático. Si el fantasma es traumático, la idea del trauma como interactivo no nos sirve, tendríamos que introducir la idea de un sujeto dividido.

La noción de trauma generalizado coincide, con la idea de individuo, pero si pensamos que es posible que a alguien lo atraviesen circunstancias que lo dividen, entonces tenemos que recurrir a la noción de sujeto.

Definir el trauma en relación a un sujeto es ligarlo a su historicidad, a ese agujero no asimilable, entonces no puedo prejuzgar aquí y ahora. En cambio, si defino el trauma en relación a un individuo, entonces, efectivamente será siempre un elemento externo, algo exógeno que ha entrado en una interacción no favorable con la estructura de ese individuo, produciendo un efecto patógeno, como describe el DSM IV.

Retomando aquello que planteábamos al principio, respecto de los momentos de la teoría del trauma en la teoría freudiana, tras la Primera Guerra Mundial, el recurso al trauma es reencontrado. "El historiador inglés Hobsbawn decía del siglo XX que era el corto siglo XX, que comenzó en 1914 y terminó en 1989: en 1914 era el mismo mundo que en 1900, y el mundo cambia durante los años de la guerra, de donde la razón sale vacilante”. Después de 1914 el mundo ya no era el mismo.

Es esa situación crítica, el contexto adecuado para la creación del síndrome traumático de guerra. “Tras la Primera Guerra Mundial, Freud tomó partido contra los métodos utilizados por la psiquiatría alemana de su época. Esta insistía, en la tradición alemana acerca de la autoridad: forzaban a los soldados a volver al frente en un encuadre muy rígido. Mientras los métodos franceses e ingleses, eran más flexibles y los médicos participaban en las decisiones del ejército. Proponía tratar a los soldados incapaces de ir al frente según una dieta adecuada, pero sobre todo aconsejaban no poner a los soldados demasiado lejos de sus camaradas. Y ahí se constataba, por el mantenimiento de los lazos de camaradería de combate y sin la condena ligada a la invalidez, mejores tazas de rotación que las obtenidas por métodos autoritarios”. (E. Laurent)

El segundo campo de reflexión que constituye la versión que el siglo XX mantiene con respecto al trauma son los “campos de concentración” cuestión tan vasta e importante que merece otro trabajo. El tercer factor, propicia la extensión del síndrome, a las grandes ciudades, “estas permiten un espacio social nuevo y engendran un efecto de irrealidad”.

El fenómeno de la publicidad en la televisión y otros medios de comunicación acentúa ese carácter de irrealidad, ese sentimiento de virtualidad. Pero hay una paradoja: “las grandes ciudades que son el lugar del artefacto, son al mismo tiempo el lugar de la agresión”. Una gran ciudad es como la ilusión de algo virtual, inmaterial, donde lo que es real irrumpe bajo la forma de la violencia, el secuestro, el terrorismo.

Freud no conoció los efectos de los campos de concentración, ni de la Segunda Guerra Mundial, ni las ciudades como las conocemos nosotros. Además, a diferencia de como pensaba en 1918, el hecho de haber sido herido físicamente no protege de la neurosis traumática, el hecho de haber pasado por la experiencia de escuchar a sobrevivientes de atentados nos demuestra que hasta muchos años después del acontecimiento presentan síndromes de repetición, trastornos fóbicos o depresivos.

En esta misma línea P. L. Assoun, en su libro: “El perjuicio y el ideal. Hacia una clínica social del trauma” enumera tres formas del trauma social moderno: la exclusión, la precariedad y el deterioro. Tres formas del desamparo primario freudiano.

Durante siglos las personas encontraban cierta situación de amparo en la religión, actualmente se ha producido un movimiento hacia el aparato jurídico. Hoy, no se va al cura para que diga quién tiene la culpa, sino que se recurre al abogado para notificar el perjuicio; del que el estado o cualquier otro deben hacerse cargo.

Desde siempre Freud abordó lo colectivo, en su aspecto inconsciente a través de su economía, situando al sujeto con sus síntomas “psiconeuróticos” del lado de un déficit.

La cuestión de lo social en la lógica freudiana está basada en la represión de las pulsiones. El Otro de la cultura, le pide al neurótico demasiado. El déficit no es funcional, sino que se relaciona con la economía del goce.

De alguna manera el neurótico se venga, al indemnizarse por esa renuncia y por su sufrimiento, por lo que llamamos beneficios del síntoma. La ironía de la neurosis es que el sujeto goza con su síntoma y eso es lo que el Otro no va a tener nunca. Sin embargo el Otro de la sociedad no quiere saber nada con el fundamento de la represión, es decir lo sexual; reacciona a esto colmando la brecha.

¿Cómo se las arregla el discurso social para tratar el síntoma?

En principio por el camino de la “psicoterapia”: construyendo entidades apropiadas para situar el malestar: neurastenia, depresión, estrés, perturbaciones cognitivas y comportamentales, fobias sociales. Poniendo a punto los instrumentos de evaluación, estadística y diagnóstico del déficit, haciendo del DSM IV, un instrumento psiquiátrico de lo social. Esto fija el síntoma, lo muestra como una psicopatología empírica, que vuelve inocente de hecho el goce social.

La medicina ayuda a que el Otro social psicologice la perturbación: el individuo es el que falla, no sin relación, por supuesto con el “medio”. La psiquiatría lo cuida, el médico colabora con el control social de la enfermedad.
¿Por qué las terapias comportamentales y el modelo cognitivo tienen tanta aceptación? Porque son una forma de negación del síntoma por el Otro social y están homologadas por éste.

¿Qué quiere decir “social” en la expresión “fobia social”? “se trata de un miedo marcado y persistente en situaciones sociales o en situaciones en las que es preciso actuar, en las que puede sobrevenir un sentimiento de molestia, de manera que provoca una respuesta ansiosa inmediata (ansiedad social). El miedo debe interferir de manera significativa en sus actividades profesionales y sociales.

Esto se concreta en el ataque de pánico unido a la situación o facilitado por esta. Cualquier cosa con tal de no pensar en la angustia, en sus interferencias del deseo y lo real.

¿Cómo define su postura el Otro social frente a estas excepciones?

Reconociendo el perjuicio, situándolo, instituyéndolo y negando al sujeto.
Instaurando un discurso que encontró un significante amo: “la exclusión”, supliendo el déficit por la rehabilitación, institucionalizando y finalmente reglamentando el goce social.

Ante distintos problemas se le oponen soluciones inmediatas, instituciones creadas para sostener que el Otro social no abandona al sujeto. De este modo el perjuicio es creador de vínculos, Assoun los denomina irónicamente: “Cooperativa de los perjudicados” y confecciona una serie de dificultades y su solución.

- ¿Qué hacer con un síntoma o con una discapacidad? Solución: crear una asociación.
- ¿Qué hacer con un trauma? Solución: ayudar a las víctimas.
- ¿Qué hacer con una anomia socioeconómica (desempleo, endeudamiento)? Solución: autogestión de la penuria, de la miseria “temperamental”.

El sujeto excluido de la época, queda identificado al nombre que se le otorga en el discurso social, sin derecho a decir su verdad y hablando desde ese nombre constituyéndose en un rasgo.

El psicoanálisis produce dos movimientos a ser pensados solidariamente:

1)    Lleva el síntoma al centro del sujeto, en su causalidad inconsciente.
2)    Reinstala el trastorno en el centro del “malestar en la cultura” y de sus manifestaciones sociales.

Con ambos gestos destituye la individualidad, en nombre del sujeto y del Otro.

En este sentido, sería importante que los psicoanalistas no abandonemos cierta postura ética frente a la subjetividad perjudicada, haciendo que el sujeto asuma su deuda simbólica y que un certificado por enfermedad no lo excuse de pagarla.

Apostando a hacer hablar el silencio, el mutismo de la exclusión, llevando al perjudicado a desidentificarse de ese lugar. Freud, al escuchar la queja del trauma originario no se une al lamento, sino que da vuelta el contenido para que surja la pregunta de qué  es lo que va a hacer el sujeto con ese hecho, exigiéndole cuentas sobre su propia postura.

Lo real del perjuicio se constituye por el  trauma originario del “mal encuentro”, encuentro mortífero que el sujeto sólo puede evitar otorgándole un “enmascaramiento” que hace la vida posible. En el momento del trauma se correrá el velo y al hacerlo, nos recuerda un choque frontal con una realidad de  cara (in)humana.

Assoun se pregunta dónde situar la punta inconsciente del trauma y para responder toma la Conferencia 18: “La fijación al trauma, lo inconsciente”: “Llamamos así  a una experiencia vivida que aporta en poco tiempo, un aumento tan grande de excitación a la vida psíquica que fracasa su liquidación o su elaboración por los medios normales y habituales, lo que inevitablemente da lugar a trastornos del funcionamiento energético”.

Aquí el trauma es considerado en su aspecto económico, que remite a una realidad desorganizadora, algo de más que irrumpe y ante lo que el sujeto “acusa el golpe” y para tal fin deberá redistribuir sus flujos de energía. El traumatizado es el que está “trastornado”, porque se ha enfrentado a algo que no  puede representar y que será inferido de modo retroactivo, muchas veces a partir de la escucha clínica. El sujeto estaba desprevenido y por esa falta de preparación debe vérselas con el exceso de realidad.

Ser sujeto con un trauma es estar expuesto al “mal encuentro”. Si bien existe una causalidad interna que el trauma actualiza, esta necesidad interna tiene como efecto enfrentarse a la forma engañosa de la tyché o el azar. Cuando “el golpe” llega al sujeto, este no lo espera, opera allí la sorpresa.

Todo trauma lo es en la medida en que se encuentra algo insoportable, innombrable en el otro, momento en que el sujeto se fractura. La experiencia traumática se sostiene en esta experiencia de mal encuentro que actualiza una escena originaria de desencuentro.

Assoun usará para ejemplificar al sujeto desbordado las figuras de la separación, castración y seducción. Solamente me detendré en la primera de ellas: la separación de la madre, en “Inhibición, síntoma y angustia”, Freud fija en un cuadro inolvidable, ese momento en que el bebé, en lugar de su madre ve a una persona extraña. Éste es el primer golpe duro. No sólo perder de vista a su madre, sino el encuentro con un intruso, otro que no es la madre. Trauma inicial del “mal encuentro”: aquí está lo que no se esperaba, sólo hay decepción.

El trauma primitivo es que una cara extraña haga efracción en el espacio que va a proporcionar el modelo de cualquier “pesadilla”. El “sueño traumático” es el encuentro dentro del mismo sueño, de lo que, sobre todo, no había que encontrar.

Pero sería demasiado fácil distinguir al “otro bueno” (el que el bebé esperaba) del indeseable: lo peor es que puede ser el mismo. Pues la persona propicia para la satisfacción de la necesidad, puede agobiar con su presencia.

Tomaré el “Caso Perec” del libro de Assoun para ilustrar esta circunstancia: en el contexto de la pérdida del Otro paterno, por la guerra y la deportación de la madre, el huérfano tiene la revelación del momento en que se le anuncia, mientras está ocupado trabajando en el campo, que llegó alguien “para él”. Este anuncio: “alguien viene para ti”, acontecimiento sorprendente, aunque él haya podido adivinar que era alguien de la familia.

Cuando corre hacia esa silueta que avanza hacia él a través del campo, sin embargo, parece haber dejado de pensar y cuando reconoce a su tía que le sonríe amistosamente, se produce ese efecto que luego describe en sus memorias, como el “develamiento de una verdad elemental”: “A partir de ese momento, todos los que lleguen a ti serán extraños”.

¿Cuál es la decepción mayor? El niño sabía que la madre estaba muerta pero, justamente, le dicen que una mujer viene por él y algo se le reactiva: “ella vuelve”. Objeción de lo real, es otra persona la que está allí, y entonces el “mal encuentro” se convierte en un emblema, que marcará con un sello, su relación con cualquier mujer: “No te pertenecerán, no les pertenecerás, porque lo único que sabrás hacer es apartarlas”.

Lo que estalla en ese momento es un trauma tan violento como discreto: la revelación de una cita fallida que instaura un desfasaje crónico con el otro.
El trauma inicial corresponde al mal encuentro, al encuentro fallido con el Otro. Lo traumático no es más que la repetición de la “primera edición” del mal encuentro en distintas versiones estructurales, el otro no es la madre, el objeto de angustia, el otro del deseo.

El momento fatídico que “corta en dos” el continuum de su historia, entre el antes y después del acontecimiento. Es también la emergencia en lo real de una cierta verdad de la relación con el Otro que a partir de ese momento, no puede ocultar más. El trauma proporciona una oportunidad, al mismo tiempo revelador y mortífero del desenmascaramiento.

En términos metapsicológicos, el mal encuentro marcaría aquí y ahora el momento de la desunión pulsional. El sujeto queda sometido a la potencia invasora de una realidad que no puede insertar en su trama significante, perjuicio irremediable que le produce a la subjetividad.

El encuentro con lo real es traumatizante, cuando el fantasma no logra velarlo. Este real no velado, deja al sujeto en la incapacidad de decir algo, tiene un efecto de sorpresa y es por esto que no se puede prever. Esta sorpresa es lo que convierte al acontecimiento para cada sujeto en singular.

Para concluir: cuando Freud, percibe un cierto eco del trauma originario en el sufrimiento neurótico, le escribe a Fliess lo que Goethe había puesto en boca del personaje Mignon, en “Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister”.

Tomemos la frase que Assoun utiliza como epígrafe del 1º capítulo de su libro: ¿Qué te han hecho, a ti, pobre niño? El centro está en el “qué”: ¿qué te hicieron? Que anuda preguntas solidarias: ¿quién te hizo?, ¿cómo?, ¿por qué? Por un efecto de aspiradora nos vemos remitidos al punto oscuro del trauma, exorbitante, real y enigmático.

Mignon es la figura del desamparo, que produce una compasión fascinada en quien se propone ser su salvador que es el viajero Wilhem Meister.

Lejos de denegar la realidad del trauma, ni de acceder inmediatamente a su testimonio, el gesto originario de Freud consiste en dejarse aprehender por la pregunta de Mignon, que repercute en cada una de sus histéricas, una por una: “¿y a ti, qué te han hecho, como niño?”, sin eliminar la interrogación por medio de la compasión ni de la fascinación.

Esto lo compromete a atravesar la línea de la posición subjetiva del trauma para extraer su más allá, es decir, el espacio de la verdadera pregunta: “¿qué vas a hacer tú, con lo que te han hecho?”… para no reducirte más a ese lugar de “pobre niño” en el que el Otro te puso. Momento trágico que abre la dialéctica de una posible libertad.